El jueves pasado se estrenó “El Guasón”, esa maravilla cinematográfica que hará pasar a Joaquin Phoenix a la historia del cine por su interpretación. Sí: es el villano de un cómic; pero se sabe: la cultura y el arte nos hablan de las sociedades que habitamos, de los vínculos que construimos, de las identidades que gestamos. En definitiva: de lo que somos o seremos.
Hace un par de años vino a Mendoza un sociólogro francés que estudia las problemáticas de los jóvenes de aquel Primer Mundo que no tenemos ni idea de cómo es (a menos que lo hayamos habitado un poco). El hombre se llama François Dubet y vino a presentar un libro titulado “¿Por qué preferimos la desigualdad?”. Provocador e inquietante, ¿no?
Tuvimos oportunidad de entrevistarlo para este diario y él nos explicó que las sociedades contemporáneas están intoxicadas de pánico: a los venenos en los alimentos, a la inseguridad personal, a las libertades sexuales, a la pobreza, a los inmigrantes, a los “diferentes”, a la imposibilidad de consumo (o a su exceso). Y sigue así una lista casi interminable de miedos que nos han encerrado entre los muros de nuestras redes sociales donde, día a día, y a fuerza de la repetición de las ideas, creemos tener la certeza de que el temor está justificado.
Contaba el investigador que, en definitiva, el sujeto contemporáneo de aquel Primer Mundo que él estudia le tiene pánico “al otro” sujeto contemporáneo: a su par, a su vecino.
Las consecuencias de este instinto básico que es el miedo, explicaba Dubet, son tan elementales como su fuente: se vuelven violencia (física, simbólica, verbal) hacia los otros que no pertenezcan a mi círculo cercano; se vuelven indiferencia ante el padecimiento; se vuelve frialdad, falta de empatía y desamor ante nuestros vecinos. Pero hay también consecuencias personalísimas de esos pánicos: la soledad más brutal -que es la alienación de nuestro sentir, de nuestra emoción-. Estamos solos y solas, nos contaba Dubet, en un mundo que se mueve a una velocidad y con una violencia que nos excede.
¿Acaso toda esta descripción de la sociedad francesa que Dubet conoce, no se parece mucho a la nuestra? Él mismo explicaba el por qué de la similitud: “las desigualdades se están profundizando porque los mecanismos que crean el sentimiento de solidaridad se están desintegrando”.
¿Qué tiene que ver “Guasón” con todo esto? Pues, que como poderoso y noble producto cultural, este filme cuenta mucho más que la historia de un villano de cómic. “Guasón” nos muestra en imágenes, actuación y banda sonora a esas sociedades detonadas por el individualismo en que nos hemos convertido, y que imponen al sujeto la máxima y cruel soledad. La película es la metáfora de esa imposibilidad de vernos y respetarnos en la diferencia y del caos violento que eso genera.
Ciudad Gótica es hoy el mundo. Y el personaje de Phoenix un tratado sobre la locura contemporánea: latente y amenazante en la angustia, en las fantasías, en los pensamientos; cómo va desplegándose sin que nadie la perciba y cómo explota en el delirio vengativo y de destrucción.
Ayer Los Andes escribió titulares como: “Así fue el tiroteo frente a la sinagoga en Alemania que dejó dos muertos”, “Violento ataque de una sanjuanina a su novio arriba del colectivo”, “Mendoza vive la mayor crisis hídrica desde que hay registros oficiales”, “Manifestantes copan las calles de Ecuador y crece la violencia”... Podríamos seguir. Hoy hay otros nuevos, pero iguales. ¿Acaso no es así la Ciudad Gótica que rodea al Guasón? En tanto vivamos inmersos en el miedo, en la angustia, en la furia, en el dolor y en la soledad brutal (la soledad de uno mismo) esta película de villanos será la que mejor nos explique. ¿Quién dijo que el cine comercial no puede volverse arte? Aquí hay un ejemplo fabuloso y también alarmante.