Los buenos rendimientos deben ser el camino a resultados convincentes, sino, la paciencia es un bien que se agota muy rápido. Tres empates consecutivos, con niveles colectivos que invitaban a soñar, merecían un partido como el de ayer. Gutiérrez arrolló a Independiente de Neuquén con su determinación para llevar a cabo esa presión alta que tanto le gusta a Abaurre.
El visitante se vio sorprendido y, aunque por momentos discutió la tenencia del balón con argumentos sólidos, no encontró los caminos para inquietar a Aracena.
Los tres puntas que puso en cancha el DT celeste fueron parte fundamental del trabajo realizado durante los 90’. Ellos enarbolaron la bandera de la presión e hicieron las veces de primer defensor para colaborar en la marca. El resto del equipo achicó cuando debió defender y se hizo elástico para hacer ancho el campo de juego.
La velocidad por las bandas fue un problema que los neuquinos nunca pudieron controlar. Ortiz, colocado como doble cinco junto a Vélez, fue el responsable de hacer correr el balón. El “7” está volviendo a entregar rendimientos importantes y el equipo vuelve a girar, ante la ausencia de Arce, a su alrededor.
El gol de González no hizo más que ratificar los merecimientos. Sin llegar a ser del todo profundo, Gutiérrez jugaba lejos de su arco y, cuando aceitó el último pase, encontró su premio.
Aunque en el complemento hubo algunos momentos de confusión, bastó que Dávila marcara el segundo para terminar de romper el partido. Berra se fue expulsado por una falta durísima y la visita ya no tuvo más argumentos para intentar al menos acortar distancias en el marcador.
Concentración, orden e inteligencia para hacer lo que pedía el juego fueron parte de las características exhibidas ayer. Claro que también ofreció un elemento vital para el triunfo: su corazón.