Nicolás Maduro inició su segundo mandato presidencial en Venezuela en medio de una crisis generalizada en la que sobresalen, entre otros aspectos, la violencia y el hambre.
La inflación, ya prácticamente incalculable, y el éxodo permanente de venezolanos que atraviesan la frontera buscando normales condiciones de vida confirman la situación límite a la que condujo el actual régimen.
Esta segunda presidencia consecutiva del líder chavista no sólo sirve para agravar la precariedad institucional de la república caribeña, sino que genera una preocupante tensión internacional. Es que, aunque minoritario en cantidad, el apoyo político y financiero que brindan al régimen de Caracas algunas potencias, como China y Rusia, obliga a pensar en un posible escenario de conflicto.
Tal vez confiado en ese guiño que brindan los citados países, Maduro pretende gobernar durante los próximos seis años en medio de un aislamiento que crece constantemente y que deja a su gobierno expuesto a una caída que puede resultar irreversible.
La reciente segunda asunción de Maduro se efectuó sin la presencia de representantes de los países que conforman la Unión Europea, Estados Unidos y el Grupo de Lima, formado a instancias de la situación venezolana y en el que se encuentra la Argentina, además de muchas otras naciones que le dieron la espalda a un sistema largamente marcado por las irregularidades y los atropellos a las libertades públicas. La Organización de Estados Americanos (OEA) se expidió en contra de la administración de Maduro, apelando a lo que consideró rotundamente como ilegitimidad del nuevo mandato asumido.
Debe recordarse que, ya en caída libre su país en lo económico e institucional, el presidente venezolano fue reelecto el año pasado en medio de fuertes denuncias de fraude surgidas tanto de la oposición de su país como de organismos y veedores internacionales.
Maduro fue proclamado por el sospechado colegio electoral por un supuesto 68 por ciento de los votos emitidos, dudándose en general de que dicho porcentaje realmente haya representado la voluntad popular en esa oportunidad, más allá del reconocimiento al chavismo que sigue haciendo un amplio sector de la sociedad como consecuencia de favoritismos, promesas de ayuda o presiones de todo tipo para la emisión del voto a favor del gobierno.
Por otra parte, el movimiento revolucionario logró instalarse en la vida pública de Venezuela a través de una despiadada persecución a la oposición política y cualquier voz disidente en general, los que pagaron con la cárcel, la tortura, los atentados y la difamación toda intención de torcer el rumbo de los hechos a partir del recrudecimiento de las metodologías del régimen.
Como ejemplo de la distorsión institucional a la que se aludió, hay que destacar que el chavismo ignora por completo, y descalifica, a la oposición que mayoritariamente compone la Asamblea Nacional, el Parlamento venezolano, lo que llevó al jefe de la denominada revolución chavista a jurar ante el Tribunal Supremo de Justicia, adicto al régimen, en otra muestra de alevosa ofensa a los métodos republicanos que hace muchos tiempo dejaron de regir en aquel país.
Recientemente, con motivo del festejo de la Navidad, el papa Francisco hizo un llamado a la concordia y al diálogo en Venezuela, como una manera de contribuir a la reconciliación de los habitantes de esa nación. Sin embargo, haciéndose eco de la realidad puertas adentro y de lo que sus integrantes palpan en el contacto diario con la gente, la Iglesia venezolana, de algún modo saliendo al cruce de la postura del Vaticano, se sumó a las expresiones en contra de la legitimidad del gobierno de Maduro. Una evidencia más de que la situación política se torna insostenible y que de no mediar un cambio de actitud por parte del régimen, la vida de los venezolanos se verá cada vez más comprometida.