En nuestros países se acostumbra desde el poder a confundir incorrección con irresponsabilidad e ineptitud. Es una manera quizá adolescente, pero seguramente suicida, de maquillar los cataclismos que producen los segundos con las formas amables de lo primero. En ese universo, lo que parece mal son espectros que corporizan los verdaderos negadores de un mundo que finalmente halló la felicidad.
En estos días el escritor español Ignacio Ramonet, un chavista acérrimo, autor hace años de una destacable entrevista a Fidel Castro, le agregó más luces de colores a esa galería de espejismos. Denunció en Madrid que la devastadora crisis que sitia al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela es la estrategia de un "un golpe de Estado en cámara lenta".
Y comparó la situación con la que se vivía en Chile antes del sangriento derrocamiento de Salvador Allende a manos de los militares.
Es probable que Ramonet haya creído encontrar con esas declaraciones una forma de promocionar su último libro, otra larga entrevista esta vez al fallecido líder bolivariano Hugo Chávez. Pero lo notable es el despliegue persistente de un mecanismo de fabulación que parece una marca común de estos gobiernos de autodeclarada fe progresista. Es incomparable la actual Venezuela con el Chile de 1973.
Puede argumentarse que los graves problemas de las capas medias chilenas por las dificultades del presidente socialista para ordenar la economía, fueron la excusa del golpe. Pero ese derrocamiento se produjo con abierto apoyo de EEUU en plena Guerra Fría como parte de la estrategia del imperio de control territorial que se multiplicaría luego con la larga noche de las dictaduras en toda la región.
Una mejor comparación del presente venezolano con Chile sería con lo que sucedió tras la caída de la tiranía pinochetista. Durante los gobiernos de la Concertación, en el período del socialista Ricardo Lagos, se produjo una baja de la pobreza y la indigencia aún mayor que la que consiguió Chávez en sus 14 años en el poder y con menores recursos.
Es interesante observar esos dos mundos cuando, además, una elección apunta a reponer en el poder de Chile de modo inminente a otra socialista, Michelle Bachelet, quien se fue y vuelve con enorme apoyo popular. Lagos no convirtió esa tarea esperable de domesticar la pobreza en bandera de ninguna revolución.
Tampoco lo hizo Lula da Silva, cuando redujo la tasa de pobres y amplió la clase media en Brasil. Esos gobiernos que se identificaban con el mismo socialismo que se atribuyen exageradamente los bolivarianos de distintas fronteras, lo que construyeron fueron alternativas económicas eficientes, respetaron las instituciones y la legalidad y no se perpetuaron en el poder.
Fue un escritor argentino quien aconsejó valorar en el análisis la anchura de la estupidez humana. La conspiración como cortina para encubrir errores propios entra dentro de esa recomendación. Acorralado por su crisis, Maduro ha denunciado que en una cumbre secreta la Casa Blanca ordenó un plan de "total colapso" de la economía venezolana. ¿Por qué lo harían? La realidad se empeña en mostrar que el gobierno bolivariano no necesitaría ayuda si aquel fuera efectivamente el objetivo.
Sorprende que no se quiera ver que las erráticas políticas de la "revolución" venezolana dilapidaron la extraordinaria renta de uno de los períodos más extensos de boom petrolero de la historia. Al cabo de esos años desperdiciados, el país es rehén de un déficit fiscal de 10% sobre el PBI y un costo de vida de 50% anual.
La infraestructura general está ruinosa con apagones, rutas en mal estado y refinerías produciendo un millón menos de barriles de lo que debería ser la cuota diaria. En el Banco Central las reservas líquidas, el cash que respalda el comercio internacional, alcanzan para menos de un mes de importaciones. Para mayor gravedad, Venezuela compra 96% de todo lo que consume. La crisis es tal que hasta el solidario Brasil, o los vecinos colombianos braman demandando por deudas que Maduro no puede honrar.
Al mismo tiempo la ausencia de divisas explica tanto el desabastecimiento y la inflación como la ineptitud reinante en la gestión. Venezuela incorpora cada año US$ 90 mil millones por las ventas de crudo, 94% de todos sus ingresos externos, uno de cuyos principales clientes globales es EEUU.
Ese dinero, sorprendentemente, no es suficiente a raíz del descontrol de los gastos y de los fondos. Sólo la mitad de los ingresos petroleros se liquidan por el Banco Central. El resto va a Presidencia sin auditorías sobre su manejo y destino. Esas cavernas podrían explicar el auge de un mercado negro pujante y el fenómeno de una aristocracia chavista que no se ofende con el mote de "boliburguesía".
El año pasado, Venezuela se las arregló para hacer aún más complicada su situación económica. Importó productos por cerca de 70 mil millones de dólares para achicar la inflación y pavimentar el camino a las elecciones de octubre que Chávez, ya enfermo, ganó por diez puntos. Esas compras se liquidaron con emisión y créditos que hoy están en la base del bache fiscal, de la disparada de la inflación y de la brecha océanica entre la paridad oficial del dólar de 6,3 bolívares y la paralela camino ya a los 60 bolívares.
Estos abismos dividieron al gobierno de Maduro. Un ala quiere más de lo mismo. Una de sus espadas es el titular de la petrolera estatal Rafael Ramírez, hombre del mentor intelectual de Chávez, Jorge Giordani, quien llegó a defender la escasez como una virtud revolucionaria.
Ramírez dio una idea del talante cegato de esa vereda al explicar que las calamidades venezolanas se deben a "una feroz ofensiva de los medios de comunicación". El otro sector, más realista y que encabeza el ahora ministro de Finanzas Nelson Merentes, impulsa un desdoblamiento cambiario para mejorar la balanza exterior, sincerar la economía y frenar la sangría de divisas. Merentes pareció haber sido eclipsado hace poco cuando le retiraron la vicepresidencia del área económica.
Pero Maduro, sorpresivamente, lo reivindicó. Tiene sentido. Cuba, el mayor aliado de Caracas, hace rato que estacionó las teorías conspirativas y aceita pausadamente sus propias cerraduras.
Venezuela: la revolución bolivariana hecha jirones
La ineptitud política del presidente Maduro está terminando de dilapidar lo obtenido con la extraordinaria renta derivada del boom petrolero. La escasez está llamando al pragmatismo.
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