“Sigo con particular preocupación lo que está sucediendo en estos días en Venezuela. Anhelo vivamente que cesen cuanto antes las violencias y hostilidades”, destacó el Papa argentino, quien también expresó su deseo de que “todo el pueblo venezolano, empezando por los responsables políticos e institucionales, no escatimen esfuerzos para favorecer la reconciliación nacional, a través del perdón mutuo y del diálogo sincero, en el respeto de la verdad y de la justicia, capaz de afrontar temas concretos para el bien común”.
Un día antes del reciente pronunciamiento del jefe de la Iglesia, la Conferencia Episcopal Venezolana advirtió en un comunicado que “los estudiantes y el pueblo tienen derecho a la protesta”, solidarizándose de ese modo con quienes se manifiestan contra el Gobierno, y urgió “al diálogo nacional” para encontrar una salida a la violenta crisis. Los obispos también expresaron su rechazo a la incursión de “grupos armados” para reprimir a opositores al presidente Maduro.
La caótica situación, lamentablemente, fue alentada por el oficialismo venezolano, contrariado por las multitudinarias marchas en su contra en distintos puntos del país. Además, la conspiración interna e internacional fue el argumento chavista para denostar a cientos de miles de venezolanos disconformes con el régimen en el poder.
Personas armadas vinculadas a las fuerzas militares y policiales caribeñas la emprendieron en varios lugares contra quienes se manifestaban por un cambio de rumbo en la política y la economía chavista, mientras que la cárcel fue la sanción espontánea que eligieron las autoridades para reprimir a los líderes opositores.
Una vez más, el Pontífice se involucró directamente en la crisis de un país. En este caso se trata de una nación vecina de la Argentina, a cuyos obispos seguramente frecuentó como cardenal argentino en virtud de la cercanía geográfica y de las similares características de ejercer el poder en los últimos años por parte de sus respectivas autoridades.
Cabe señalar que en toda su trayectoria apostólica, el ahora papa Francisco fue un incansable predicador del diálogo y la búsqueda de consenso para superar las adversidades. La crítica situación que vivió la Argentina en los comienzos de este siglo lo tuvieron como partícipe fundamental a la hora del reencuentro encarado por la dirigencia política.
En este caso puntual, el desafío es grande y se puede asegurar, en base a la personalidad del jefe de la Iglesia, que nada quedará en meras intenciones si Francisco advierte que la crisis venezolana se extiende en el tiempo. El líder opositor, Henrique Capriles, acaba de señalar que la sociedad de su país no se va a calmar fácilmente porque resulta difícil esperar un cambio de actitud por parte del gobierno.
Lo expresado por Capriles resulta clave ante las actuales circunstancias, puesto que nada podrá avanzar camino a la pretendida pacificación si el gobierno de Maduro y sus legiones y seguidores no comprenden que la tolerancia de la disidencia es la base para sortear la actual belicosidad.
Los opositores al chavismo retacearon, desconfiados, las sugestivas llamadas al diálogo y al reencuentro político que encaró el presidente Maduro luego de jornadas tremendas que dejaron muchos muertos y heridos.
Es lógica la postura: no se puede confirmar en las intenciones de quien previamente no expresa el más mínimo arrepentimiento por los errores cometidos al accionar con violencia contra los ciudadanos disconformes que poblaron las calles.
Es de esperar que esta actitud del Papa en torno a Venezuela sirva para encontrar, aun dentro del propio oficialismo, voluntarios para encarar un diálogo que reconcilie al pueblo y permita hallar un rumbo político hoy inexistente.
