El drama venezolano ocasionado por el feroz autoritarismo y la fenomenal incapacidad del gobierno conducido por Nicolás Maduro, sigue produciendo permanentemente nuevas víctimas, ya sea por la persecución a los que son sometidos los que se resisten al régimen, como a la hambruna que tiene en ascuas a la gran mayoría de su pueblo. Ni que decir de la total inseguridad por la cual hoy transitar por las calles de cualquier ciudad de Venezuela es un avatar de destino más que incierto donde peligra la vida.
Venezuela ya no tiene moneda, la inflación ha hecho saltar todos los instrumentos de medición, las colas para conseguir los recursos básicos son interminables y a pesar de todos esos dramas humanitarios, el gobierno sigue con su falso relato cargando las responsabilidades fuera del mismo y reprimiendo a mansalva con el poderío que le da la subordinación de las fuerzas armadas a sus oscuros designios.
Sin embargo, hay algo aún más dramático que todo ese listado de atrocidades cotidianas con las que sobrevive el sufrido pueblo hermano, y es el inmenso peligro que frente a la imposibilidad de terminar con la dictadura autodenominada bolivariana, el mundo comience a acostumbrarse al estropicio y de a poco deje de mirar a Venezuela. Que es lo que desean Nicolás Maduro y sus secuaces. Que es a lo que están apostando, al cansancio de las miradas para así poder seguir haciendo lo que les venga en ganas.
En principio el grupo de Lima compuesto por una significativa cantidad de países de nuestra América fue un soporte fundamental para que el mundo entero fijara las miradas en el drama venezolano. Luego siguieron muchos intentos mediadores y ahora desde Noruega, se ha propuesto el envío de delegados de ambas partes, oficialismo y oposición, hacia Oslo para ver si es posible encontrar alguna alternativa viable a fin de salir del desastre continuado.
Entre todas esas opciones, quizá la más discutible sea la intervención de Estados Unidos, porque en ella se mezclan intenciones electorales internas por parte del gobierno de Donald Trump más que sentimientos en verdad humanitarios. Además, el permanente recurrir a las amenazas de intervención armada, no ayuda a encontrar las soluciones, porque bajo la excusa de una supuesta invasión extranjera o de bloqueos económicos, el régimen dictatorial se justifica bajo excusas nacionalistas a fin de seguir sosteniéndose en el poder, a estas alturas, ya a todas luces ilegítimo.
Todos aquellos que quieran aportar sus propuestas deben ser bienvenidos, pero es principalmente desde América Latina donde debe mantenerse vivo el fuego de la indignación frente a la tragedia, porque si no son los países hermanos los que más se involucran en ofrecer las ayudas y las probables soluciones, el resto de la humanidad tarde o temprano terminará desentendiéndose.
Todas las organizaciones continentales de América Latina deben poner en la prioridad de sus agendas el problema venezolano y orientar sus políticas hacia la exigencia de recuperar la plena democracia como condición sine qua non para acabar con los sinsabores de tanta gente.
En tanto, recibir con beneplácito a los millones de exiliados que día a día produce ese atroz régimen, debe ser una cuestión no solo humanitaria, sino también moral, ya que a los venezolanos que huyen de tanta atrocidad se los debe tratar como a los propios habitantes de cada país.
En resumen, Venezuela somos todos nosotros, somos cada uno de nosotros, por eso debemos evitar acostumbrarnos a su dolor y luchar con todas nuestras fuerzas para ponerle definitivo fin.