Vendimia con una industria complicada - Por Rodolfo Cavagnaro

La nueva Fiesta encuentra a la industria ante una peligrosa pérdida de mercado y sin caminos claros para recuperar los volúmenes caídos.

Vendimia con una industria complicada - Por Rodolfo Cavagnaro
Vendimia con una industria complicada - Por Rodolfo Cavagnaro

Una nueva Fiesta de la Vendimia encuentra a la industria con un presente complejo, aunque la presente cosecha está cerca de un volumen normal, lo que permitiría recuperar los niveles de disponibilidad. Lo que acecha es la caída del consumo, que se aceleró tanto que, ahora, una producción normal puede significar una crisis de abundancia.

Es una historia que empezó hace muchos años cuando, por un plan de promoción impositiva, se implantaron grandes superficies con una uvas rosadas de alto rendimiento, las cuales nunca tuvieron un mercado real y se debió apelar a diversas maniobras para adecuarlas.

Estas uvas sobrevivieron a cambios de tendencia de consumo, pero en base a subsidios estatales y préstamos especiales que nunca fueron devueltos. Pero ante las crisis, los productores no tenían incentivos para cambiar porque siempre recibían ayuda estatal.

Hasta 1975, el consumo mayoritario era de vinos tintos, y estos rosados se usaban para cortar con vinos tintos y se obtenían productos de muy poco color. A medida que aumentaba la producción de estos vinos cambió la tendencia. Ese año, 1975, marcó el cambio muy rápido de tendencia hacia vinos blancos endulzados y en los años ´80 se habían popularizado los blancos perfumados (se les llamaba “amoscatelados”).

De ahí apareció el vino “blanco escurrido”, que era el obtenido mediante la aplicación de una maquinaria que separaba el jugo del hollejo para tener vinos blancos ya que los “blancos de blancas” no abundaban y casi todos se derivaban a vinos finos. También se hicieron blancos escurridos de uvas tintas, cuya demanda había caído.

Tan fuerte fue la penetración de este tipo de vinos que se transformó en un referente de precios en la Bolsa de Comercio y en las negociaciones que se establecían en el mercado. Por aquellos años, el consumo per cápita era de 86 litros, aunque tocó un máximo de 92 en 1970.

Pero las cosas y las tendencias cambian. Las producciones seguían altas y el vino comenzó a decaer, hasta que una desgracia cambió el rumbo. Una bodega de San Juan sacó una partida de vino en damajuanas adulterado con alcohol metílico que produjo más de 20 muertes. Mala propaganda. Esto significó la muerte del envase, que hoy es marginal, y un cambio en las tendencias de consumo, y eso generó nuevas crisis.

Tiempos modernos

La década de los 80 fue rica en novedades tecnológicas y de productos. En 1980 se consumían 76 litros per cápita. Aparecieron los primeros vinos varietales, se mejoraron los viñedos, se introdujeron nuevos clones, cambiaron técnicas de conducción de viñedos que dieron vinos de gran calidad y se comenzó a introducir nuevas tecnologías de vinificación y conservación. Con la mejora cualitativa llegamos a los 90, cuando el consumo per cápita era de 54 litros.

Toda esta década fue muy rica en novedades, inversiones, nuevas bodegas, viñedos en zonas antes incultas que llegaban hasta los límites cordilleranos merced a la tecnología de riego por goteo mientras, en otras zonas, muchos viñedos comenzaban a desaparecer de la mano de una urbanización desordenada. El 2000 encontró al sector con una pérdida de 100.000 hectáreas respecto de 1984, mientras el consumo per cápita indicaba 38 litros.

Todo el trayecto del siglo XX fue de mucho glamour. Mientras las bodegas presentaban nuevos productos, muy sofisticados, el vino se ponía de moda. Florecían las degustaciones, las exportaciones crecían y el vino malbec se consolidaba como la gran revelación en los mercados mundiales.

Mientras tanto, la vieja vitivinicultura seguía pidiendo protección. El blanco escurrido ya no tenía mercado, aumentó el consumo de vinos tintos y mejoró el de vinos de mayor calidad. En 2010, el consumo per cápita era de 25 litros.

Desde 2010 se complicaron las condiciones de competitividad por efecto del atraso cambiario. Los productores de uvas rosadas encontraron la posibilidad de incorporar variedades tintoreras y nuevos subsidios estatales, de manera de no cambiar y mantenerse. Lógicamente, la calidad de los vinos básicos se resintió con estas variedades que sólo aportan color pero nada de calidad.

En los dos últimos años, y después de penar con supuestos excedentes que trajeron nuevos subsidios, fuertes factores climáticos produjeron caídas muy fuertes en la producción y una situación inédita, que llevó a tener que importar. Casi 85 millones de litros ingresaron en los dos últimos años, no obstante lo cual los precios subieron de manera muy fuerte y esto alejó a los consumidores cada vez más. El consumo el año pasado fue menor a 20 litros per cápita.

Los datos de 2017 generaron preocupación. La caída del consumo se verifica, sobre todo, en los vinos básicos, que son los más populares, porque sus precios han crecido de manera muy fuerte frente a la cerveza. Mientras los productores de estas bebidas mantienen agresivas campañas publicitarias, el vino está casi ausente en un mercado híper comunicado.

Recuperar consumo

El consumo de vinos ha venido creciendo en países emergentes cuyas situaciones han mejorado en los últimos años, mientras está estancado o en caída en los países tradicionales. Esto significa que, a pesar de aumentar la población, nuevos hábitos se han apoderado de los consumidores tradicionales, mientras en los emergentes, como China o Vietnam, pasan a ser símbolos de mejora en la situación económica.

Resulta importante estudiar detenidamente los valores culturales encarnados, no sólo por los “milennials” sino por las generaciones posteriores que, en muchos aspectos, ya muestran diferencias sobre sus mayores. Lo mismo hay que estudiar sobre las generaciones mayores, que también han cambiado.

Lo que es real es que hay que invertir mucho para reconvertir viñedos e incorporar más tecnología en las bodegas porque, de lo contrario, el proceso de concentración será irreversible. Será necesario redefinir las ofertas de productos. Está claro que el mercado premium es muy pequeño en el mundo y más en la Argentina y hay mucho que hacer por mejorar la calidad en productos de menor valor.

También hay que avanzar en la legislación, para facilitar nuevas técnicas de producción que no afectan la calidad ni la genuinidad y que permitirían elaborar productos más modernos y amigables.

El vino es un producto que puede ser adaptable a todos los gustos, pero requiere estrategias claras ante competencias muy agresivas. Lo que también debe quedar claro es que no será posible seguir pidiendo ayudas del Estado para corregir malas decisiones empresarias. La sociedad ya no tolera estas acciones y cada uno debe hacerse responsable de sus decisiones.

La industria vitivinícola argentina, además, debe enfrentar un nuevo desafío y es la aparición de nuevas regiones productoras que pueden plantear nuevas alternativas a los consumidores. Si bien aún es incipiente, es muy interesante lo que se está haciendo en Chubut, La Pampa, San Luis y Buenos Aires.

El mayor desafío, hacia el futuro, es trabajar con mayor firmeza en el tema de la sustentabilidad, y esto tiene que ver con prácticas, tecnologías y capacitación. También implica un mayor compromiso de responsabilidad social.

Recuperar mercados no es fácil, pero no es imposible. Hay que seguir bregando para mantener las cuotas de mercado y buscar los caminos para atraer a nuevos consumidores o recuperar a los que se perdieron.

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