Venden humo, ¡y encima lo pagamos caro! - Por Leonardo Rearte

¿Acaso el famoso “relato” político no es otra cosa más que la mísmisima sofisticación del humo?

Venden humo, ¡y encima lo pagamos caro! - Por Leonardo Rearte
Venden humo, ¡y encima lo pagamos caro! - Por Leonardo Rearte

Versear, prometer, dibujarla, mandarse la parte. En definitiva, vender humo. El término no nació con el pobre Caruso Lombardi. Si bien hoy cuando tipeás en Google “vende humo” el primero que aparece es el DT, el calificativo tiene una curiosa historia detrás. Y muy pero muy vieja. La repasamos:

Hay que remontarse al año 282 DC, Roma. Vetronio Torino era un habitué de los pasillos de las oficinas públicas y un rostro repetido en el corazón de la city romana. Vendía humo del bueno: si alguien tenía una propuesta de negocio, una traba legal, un problema con el estado, él les daba una solución simple y directa. A cambio de unos denarios, el tipo brindaba su servicio de tráfico de influencia, ya que se hacía pasar por íntimo amigo del emperador Marco Aurelio (también conocido como Alejandro Severo). El tano pícaro les decía: “si querés te doy una mano con el asuntito ese, lo charlo con Marco y te lo resuelvo en un pim pam”. Todo muy lindo, hasta que Marquito se enteró... Y le tendió una trampa al versero. El emperador envió unos clientes falsos, a los que Torino trató de envolver con la misma parla interesada de siempre. Fue descubierto por los agentes del estado, detenido, y condenado a muerte. Para la sentencia, los jueces se valieron de una figura legal del Derecho Romano que quedaría instaurada bajo el nombre de “venditio fuma” (vender humo).

Severo fue consecuente con su apellido, y mandó al chanta directo a la hoguera. Atado a un palo, Vetronio ardió sobre unos leños verdes, apilados allí para que falleciese no por la acción del fuego, sino por la asfixia. La autoridad cerró la ejecución con una frase que figuró en los libros de historia: “Fumo periit, qui fumos vendidit (al humo perezca quien humo vende)”.

Convengamos que los vende humos vernáculos de hoy no la suelen tener tan jodida.

Bien argento

El “vendehúmo” (incluido así en la Real Academia Española) es parte de la fauna-flora nacional. Amigo de la verba fácil, capaz de enredar al interlocutor hasta someterlo con su tela pegajosa, este personaje tiene mucho de pícaro, de insistente y de caradura. Buena dosis de viveza criolla, además.

Debe ser capaz de echar mano a artificios y teorías mágicas, con el objeto de impostar una solución que no tiene pero inventa. Son los sofistas de la nueva era, apoyados ya no tanto en la filosofía, pero sí en las nuevas tecnologías para reproducir su retórica, en el marketing para empaquetar mejor su producto gaseoso, y en la capacidad de persuación para rematar la transacción etérea.

Eso sí, se tienen que valer de la ignorancia del que escucha; sus víctimas son los incautos, o aquellos que quieren creer a como dé lugar en sus capacidades o sus supuestos logros. Amantes de los atajos, de las pócimas, los vende humos nos rodean. Los hay periodistas, políticos, técnicos, empresarios, mecánicos. No importa el rubro. El inventario de humo, nunca se acaba.

Están los simpáticos (como Caruso, que hasta se ríe del mote) y están los funestos. Permitanme ubicar aquí a los dirigentes, funcionarios y candidatos... Me detengo en este grupo. ¿Acaso el famoso “relato” político no es otra cosa más que la mismísima sofisticación del “humo”? ¿El marketing político no se ha convertido hoy en el leño verde encendido que asfixia a la política bien intencionada? ¿No es demasiado cínico instaurar discursos humeantes con palabras vacías que hasta los mismos políticos y asesores saben que no tienen correlato en la realidad?

Lo realmente peligroso es cuando el oficio se naturaliza. Cuando nos resignamos a la idea de que es parte de la tarea del político “proponer” aquello que sabe que no va a poder cumplir (aquí entra aquella máxima menemista que reza “si les decía qué iba a hacer, no me iban a votar”).

Ojalá la ciudadanía algún día se muestre un poquito más severa y castigue con voto justiciero la mentira, la corrupción, los “relatos” vacuos. Quizá de esa manera tengamos en el futuro un país sano. Un país “libre de humo”.

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