La llegada de Julio Velasco al cargo de entrenador del Seleccionado argentino fue quizá el hecho más saliente del voleibol durante 2014, aunque su arribo al cargo al que siempre quiso acceder estuvo marcado, no precisamente por culpa suya, por las miserias que suele exhibir en ocasiones el deporte.
“Es un lujo y un orgullo ser el entrenador de la Selección argentina. Tenía muchas ganas de serlo y estoy muy emocionado con esta posibilidad”, dijo Velasco cuando corrían los últimos días de febrero y era presentado como el nuevo entrenador de la Selección.
Sin embargo, un hecho que desde hace tiempo era muy esperado se aceleró por algo que ha caracterizado al deporte argentino a lo largo de su historia: un conflicto. En esta ocasión los protagonistas fueron los principales referentes del seleccionado, Facundo Conte y Rodrigo Quiroga, y el hasta entonces técnico Javier Weber.
A este combo se le sumó una propuesta que le hicieron llegar al presidente de la FeVA, Juan Antonio Gutiérrez, en la cual se ofrecía colocar a Waldo Kantor como entrenador, Estaban Martínez en el puesto de asistente, y Hugo Conte en el rol de manager. El titular rechazó esta imposición y Weber no se anduvo con vueltas: acusó a los Conte de la movida.
Gutiérrez ratificó a Weber en su cargo y anunció que este sería el entrenador en el proceso que culminaría en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. Sin embargo, la jugada siguió su curso, y Weber se terminó yendo.
Del paso de Weber por la selección (2008/13) quedarán algunos logros incontrastables, como el cuarto puesto en la Liga Mundial 2011 (la mejor ubicación de la Argentina en su participación en el torneo), los cuartos de final en los Juegos Olímpicos Londres 2012, y el recambio generacional.
Después se podrá discutir si su método sirvió o no, si su carácter lo llevó a una vía sin salida o no, y si debió irse como se fue. Pero dejando de lado el conflicto interno, el juego del equipo se había estancado y necesitaba lo que los españoles llaman “revulsivo”, y nadie mejor para llevarlo a cabo que un entrenador exitoso, reconocido y sin la contaminación que hubiese podido provocarle el trabajar en la Argentina, como Velasco.
“Estoy harto de proclamas. No pongo objetivos de resultados ni nada. Digo: resolvamos las cosas chiquitas. A mis jugadores lo único que les voy a pedir es que juguemos bien al voley”, dijo Velasco y se puso a trabajar.
En su primer año como entrenador el platense debió afrontar, más allá de la Liga Mundial que se juega cada año, el Mundial de Polonia.
A pesar del undécimo puesto final, el seleccionado realizó un torneo lógico, perdió con los que se podía perder (Polonia, Francia, Serbia), se le ganó a equipos inferiores (Camerún, Venezuela) y a uno de segundo nivel como el caso de Australia, y se dio un buen golpe al superar a los Estados Unidos.
El cierre de 2014 encuentra a la Argentina en el sexto lugar del ranking mundial, tres puestos más arriba que el del año anterior, pero eso está lejos de conformar a Velasco. “El sexto lugar no nos debe inducir al error de creer que ya estamos entre los 10 mejores del mundo. Saber exactamente dónde estamos es un factor imprescindible para poder mejorar realmente”.