La Vela Puerca en la Fiesta de la Cerveza: iluminados por el rock

Afuera una fila inquieta compra los tickets en tiempo récord. Muchos más, sin entradas, encuentran su huequito en la vereda del Espacio Verde: desde lejos no se ve, pero igual se escucha. Afuera, las gargantas de los vendedores ofrecen un merchandising de la banda de turno. Es medianoche en Godoy Cruz y el calor aprieta.

Adentro hay pogo, banderas, camaritas (meta clic, clic); y pibes subiendo la temperatura corporal entre tanto salto y minita a ‘caballito’. Abajo, también, dos nenas hacen medialunas, vueltas carnero, en una competencia en la que sólo ellas reparan; y un señor sentado, a los lejos, mastica un choripán a ritmo acompasado. Y pululan las parejitas que se abrazan pese al sudor. Abajo: la biblia y el calefón. Y casi todos, empuñando el típico porrón o vasos de litro; refrescando el cuerpo con la bebida dorada y espumosa. Claro: es la Fiesta de la Cerveza (la edición local de la Oktoberfest alemana) y el calor mendocino es tirano los primeros días de diciembre.

Adentro, en el escenario, hay una banda enérgica que suelda canciones con la potencia de siempre. Osea: la misma que los impulsa hace dos décadas (18 años, para ser precisos) y que hoy los ubica entre las bandas más populares, y queridas, del Río de la Plata. Y de más allá también. Porque hace rato que cruzó el charco

; si hasta en Alemania sus canciones se vuelven pogo. Tal vez el secreto reside en que cuando ellos se paran frente a su público parecen tipos de 20; aunque la mayoría camine a los 40.

El ritual empieza poco antes de medianoche, los primeros acordes de “Sobre la sien”, el primer corte de

(un disco doble editado en 2011), continúa con “Y así vivir”, del mismo CD y “Colabore”, que marca un salto en el tiempo. “Piel y hueso” guía el repertorio (suenan, intercalados, “Todo el karma”, “Polidoro” “Sigo creyendo”) pero también hay lugar para los clásicos: “Zafar”, “Va a escampar”, “El viejo”, tantos más.

Tienen garra, los uruguayos. El

y el

(los dos Sebastianes) forman un tándem magnético al frente de la banda: el Enano, con esa naturalidad para ir del rock más crudo a la canción apacible; el Cebolla, para agitar desde el cuerpo (y esa garganta raspada) y oficiar de mitad imprescindible, de vocero del grupo: “Hermosa fiesta, gracias”; y después: “¿Están pasando bien?” (así, sin artículo, en referencia a ese deseo, tan típico en el Uruguay: “Que pase bien”).

Y, sabemos, la dupla tiene respaldo:

está en el bajo;

y

se encargan de los metales (saxo y trompeta; en ese orden); así como de las eléctricas '

y

(guitarras). Punto seguido merece

(en batería) o, como dice Cebreiro, el “Pepe más famoso después de Mujica”. Es que es Canedo el que, durante algunos temas, oficia de showman. Como lo hace Alvin Pintos, en los recitales del

(cada vez que entona “Yo soy Alvin, el batero”). El ‘Pepe’ lleva el set list hacia el costado más ska-rock de La Vela, arenga a la multitud, los invita a bailar, a cantar; mientras el Enano sacude las baquetas en los parches. Es el único momento que da lugar a la arenga (los uruguayos no la necesitaron antes; mucho menos, ahora). Todo lo demás es rock al palo; con algunas treguas guiadas por la electro-acústica de Teysera (los detalles del rasguido se proyectan en las pantallas laterales).

Así pasa una hora y cuarto de show, con cuerpos encendidos de pogo y canciones fundidas en dos décadas. Cerca de la una llega el bis, mientras papelitos plateados explotan por el aire. Sube la murga estilo uruguayo El Semillero para ponerle coros murgueros a “José sabía”. Al final, Teysera agradece y retoma las palabras “del Cebollita”: “Un placer esta noche. Hermosa fiesta”. Sí, muchachos, hermosa.