Vejez prematura y avejentamiento juvenil

Aunque perdida la agilidad física, el anciano puede mover con velocidad su mente y aplicar su experiencia para resolver problemas complejos. Paradójicamente, en muchos jóvenes parecería haber cesado la lucidez del pensamiento. Un debate de actualidad.

Vejez prematura y avejentamiento juvenil

Enfoque cognitivo de la vejez

La vejez que va emergiendo y asomando serena y suavemente en el proceso natural de la vida es el signo elocuente de una vida pletórica y de lucha que transita el trayecto creativo de la experiencia y el aprendizaje continuo. La vejez por “avejentamiento”, en cambio, es el signo de una vida mal vivida.

La observación superficial muestra que la vejez equivale a un proceso de lentitud, rigidez y falta de agilidad como limitaciones adscriptas a los movimientos físicos. Por eso, todo el mundo comprende por qué el anciano no puede vivir y actuar a la velocidad juvenil. Sin embargo, también todo el mundo admite y acepta que es posible, y en no pocos casos, que el anciano bien podría mover con agilidad y velocidad su mente para aplicar su experiencia a la solución de problemas complejos. Esto permite observar casos en los que, a pesar de la disminución de la velocidad física, ello no obsta ejercer la velocidad del pensamiento.

Este hecho evidente, que se opera en el entrecruzamiento entre las dos velocidades, la física y la mental, conlleva una gran paradoja si la comparamos con otros hechos, vinculados a la vida de muchos jóvenes en quienes parecería haber cesado la lucidez del pensamiento y la agilidad mental para decidir el propio futuro. Observar jóvenes que resisten la adaptación, que viven apegados a rutinas, que demoran y retrasan sus decisiones, que sufren inestabilidades inexplicables, que eluden el cambio por simple comodidad y les aterra lo nuevo e incierto, nos pone en presencia de un entrecruzamiento inverso entre las velocidades física y mental.

Así, a pesar de la velocidad y agilidad física, muchos jóvenes rehúyen el movimiento y las exigencias de su propio desarrollo y evolución y, al caer en la inercia y la vida estática, terminan en un estado de avejentamiento mental. Esto ocurre porque esta suerte de vejez prematura sobreviene e irrumpe por la pérdida de la esperanza y de la confianza en sí mismo y se precipita aún más cuando se refugia entre los barrotes de las gratificaciones pasajeras de una vida sin esfuerzo, infértil y ociosa.

En sentido contrario, la vejez por evolución transita con el mandato de la naturaleza, que establece no cesar el movimiento ni la permanente renovación, como formas de conservar la agilidad mental y la lucidez de pensamiento. El secreto de ello no radica en la pertenencia a casos privilegiados sino en la conciencia de generar movimiento y actividad constante e ininterrumpida en la vida mental y, en lo posible, en la vida física.

Pero el secreto mayor está contenido en la ley de la variedad requerida (W. R. Ashby) que postula, para los sistemas en general, el mantenimiento de reservas y, para el caso del ser humano, la creación de habilidades, nuevos conocimientos y capacidades que faciliten (también a modo de reservas mentales y psico-emocionales) el intercambio y la adaptabilidad creativa con el medio.

Aplicar la ley de la variedad requerida a los planos cognitivo y psico-emocional de la vida personal, constituye la forma de mantener (en sentido pedagógico y sistémico) la vida como un proceso dinámico en permanente productividad.

Esta suerte de agilidad la otorga la experiencia, al responder con variedad interna (conocimientos, capacidades, destrezas) a las variaciones del medio. Por eso, un viejo con experiencia tiene en su haber psico-emocional y cognitivo un sistema de variación flexible que le permite actuar y comprender con aplomo las variaciones de la realidad, sin asomar a la impaciencia ni a la intolerancia. Ello le otorga los atributos propios de quien es capaz de comprenderse a sí mismo y a los demás sin el estigma rígido y estático del prejuicio.

Tales cualidades marcan la diferencia con aquellos jóvenes que, por falta de aprendizaje y experiencia, aceleran con violencia los tiempos y transgreden la lógica y la dinámica de los procesos.

Al carecer de las posibilidades de variación por falta de recursos mentales, cada estímulo del entorno no podrá guardar correlato alguno con la experiencia ni con los conocimientos adquiridos por el sujeto. Ante tales carencias sobreviene, por insuficiencia, la incapacidad para responder con acierto a las demandas del entorno, con el riesgo de caer, por ello, en el tan temido avejentamiento prematuro.

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