“Los animales existen en el mundo por sus propias razones. No fueron hechos para el humano del mismo modo que los negros no fueron hechos para los blancos ni las mujeres para los hombres”, decía la escritora Alice Walker.
El veganismo es una práctica ética que propone dejar de lado la cosificación de los demás animales. La evidencia científica ratifica extensamente su capacidad de sentir, el único atributo relevante a los efectos de tener a otro ser en consideración como miembro de la comunidad moral.
La pregunta es entonces: ¿Dónde trazamos la línea? ¿Es acaso la cultura un justificativo para someter a aquellos que no pueden defenderse a las más horrendas torturas y muerte? ¿Por qué amamos a perros y gatos pero comemos vacas y cerdos?
Muchos de nosotros crecimos con algún animal cerca, sabemos cuándo tienen miedo, tristeza o alegría. Nos indigna que en otros países organicen corridas de toros, que coman perros o que cacen ballenas, porque tenemos la capacidad de empatizar con su sufrimiento aunque no pertenezcan a nuestra misma especie.
El hecho es que muchos de nosotros comenzamos a comer carne antes siquiera de tener la capacidad de comprender que aquello en nuestro plato era parte del cuerpo de un animal muerto.
Consideramos incorrecto causar sufrimiento innecesario a un animal. No obstante la mejor razón que tenemos para quitar la vida a más de 60 mil millones de animales por año (sin contar a los acuáticos), es placer, conveniencia o costumbre.
Ningún animal camina voluntariamente hacia su muerte. Y cada uno de ellos muere asustado y con dolor.
Lo que les hacemos, nos lo hacemos. La ONU alerta que la ganadería es responsable de más emisión de gases de efecto invernadero que todos los medios de transporte juntos, y el IPCC nos ha dado 11 años para evitar que la temperatura de la Tierra aumente 1,5°C, siendo las actuales proyecciones (si no cambiamos nuestros hábitos) de un incremento de 3°C para 2100, desatando la sexta extinción masiva.
Estamos deforestando el Amazonas a razón del tamaño de una cancha y media de fútbol por minuto para la producción ganadera y el 46% del plástico en el océano proviene de redes de pesca desechadas. Pareciera que no somos conscientes de que no hay Planeta B.
Cada vez más estudios vinculan el consumo de productos de origen animal con enfermedades que serían evitables y reversibles con una dieta basada en plantas.
La Academia de Nutrición y Dietética, que congrega a más de 100.000 profesionales, avala como perfectamente saludables las dietas veganas para cualquier etapa de la vida, incluso embarazo, lactancia, niñez, como para deportistas de alto rendimiento (muchos de ellos incluso advierten gran mejoría en su performance al adoptarlas). Simplemente no necesitamos comer animales para sobrevivir.
Los hábitos y costumbres se moldean. Las sociedades no son (ni deberían ser) estáticas ya que es deseable una evolución hacia un mundo más justo y menos violento. El pasado no debe ser negado sino observado a los efectos de aprender y mejorar. No es “quiénes fuimos”. Es “quiénes queremos ser”.