“No queremos irnos, sólo queremos casas que resistan”. En Norcia, una pequeña localidad de Umbría, duramente sacudida por el sismo de ayer, los habitantes no piensan en abandonar la región, aunque su moral está por los suelos después de tantos terremotos.
“¿Irnos para ir dónde? Yo nací aquí”, explica Feliciano Lanzi, un septuagenario que vive en Norcia, situada a pocos kilómetros del epicentro del terremoto.
Su casa sigue en pie pero “es inhabitable”, le han dicho los bomberos, que llegaron rápidamente al lugar tras el terremoto de magnitud de 6,5 que golpeó la zona. Otras sacudidas, de menos intensidad, se sucedieron durante todo el día.
Aunque no se registró ningún herido grave en Norcia, el patrimonio arquitectónico sí que sufrió graves daños: de la basílica de San Benito, una joya del siglo XIV, sólo queda la fachada, y la catedral Santa María Argentea resultó también parcialmente destruida.
Muchos de los 5.000 habitantes de la localidad decidieron irse a casa de familiares o a los centros de acogida instalados en la región después de los sismos del 24 de agosto y del pasado miércoles.
Los otros vecinos, reagrupados por los equipos de emergencia en el exterior de la muralla, esperaban el domingo una hipotética autorización para acceder a sus domicilios y poder recuperar algunos efectos personales.
“Déjenme pasar, sólo para llenar una mochila y después salgo rápidamente”, pide en vano uno de ellos a un bombero.
A su lado, Carla Pacifica espera también que un socorrista la quiera acompañar hasta su casa.
“Quisiera tomar dos o tres cosas antes de ir a casa de mi hija que vive en Perugia y que viene a buscarme. Espero poder quedarme unos días, luego veremos”, cuenta esta señora, de unos 60 años.
Aunque está harta de esta serie de terremotos, no se plantea irse a vivir a otro lugar.
“No queremos irnos, sólo queremos casas que resistan. Vivimos bien aquí”, explica. Junto a ella, su marido, Ugo, parece tenerlo menos claro. “Es verdad que preferiríamos quedarnos aquí pero si esto continúa así, tendremos que pensar en una solución”, admite.
Una decisión impensable para las hermanas clarisas del monasterio de Santa María de la Paz, que están determinadas a seguir en Norcia, “aunque tengamos que vivir en una tienda”.
"Nuestro lugar está aquí para ayudar a la gente con nuestras oraciones", explica una de ellas, la hermana Lucia Raffaello.
Alberto Rendina, propietario del bar de la plaza de la basílica, también asegura que quiere quedarse en la localidad con su familia.