De no ser por la "nueva normalidad" de los barbijos y las distancias en las colas para entrar a los bancos y a ciertos negocios, se podría pensar que se trata de un viernes cualquiera en el Centro mendocino. Las veredas volvieron a llenarse de personas, algunas con bolsas de compras; se retomaron las pausas frente a las vidrieras para mirar ropa o calzado; y retornaron los encuentros fortuitos en una esquina, con charla animada. Y no faltó el clásico cafecito para una pausa.
A pesar de tener anteojos de sol oscuros y el tapabocas colocado, lo que queda a la vista de la cara de Emilia muestra felicidad. Es que cuenta que era habitual para ella tomarse un cafecito en la Peatonal y durante dos meses no pudo hacerlo. Por eso se le hicieron eternas las horas del jueves, en espera de que tocara la terminación de su DNI hoy. “Estoy súper feliz de que hayan habilitado por lo menos esto. Es recuperar la libertad”, comentó.
En otra mesa, en otro de los cafés que empezaron a recuperar un cierto movimiento esta semana, Jessica e Iris se habían terminado sus bebidas y algunas cosas ricas después de hacer gestiones y compras de farmacia. Hoy pudieron retomar un ritual que compartían una o dos veces al mes. “Estamos disfrutando poder volver a salir a la calle”, señaló la hija. Y la madre agregó: “Y más que nada porque se ve que las cosas van mejorando”.
Fabián y Juan Carlos también estaban reiniciando la costumbre de sentarse a tomar un cafecito después de hacer trámites. “Que sea lo que Dios quiera”, lanzó el padre, con el barbijo que apenas dejaba descubierta la boca para beber y fumar después de casi 90 días de aislamiento, ya que empezó a cuidarse antes de la cuarentena. Pero para su hijo el café estaba bastante más amargo porque tiene una empresa de eventos. “Voy a tener que esperar hasta 2050”, exageró con resignación.
Después de las 11, cuando el sol ya había empezado a calentar el ambiente, las mesas en la peatonal empezaron a poblarse. En algunos casos, sobre todo cuando se trataba de personas mayores, los consumidores optaron por elegir las de mayor tamaño, para poder guardar una buena distancia entre ellos.
Y el ritual ha incorporado nuevos elementos. Un hombre llega y se sienta, solo. Saca una botellita con alcohol y se rocía las manos. Recién entonces toma el celular mientras espera que lo atiendan. Pero no se toca el barbijo, que seguramente retirará sólo para poder tomar su café.