En la eventualidad que el peronismo recupere a nivel nacional el poder político, lo que llegará al gobierno es un amplio espectro de “peronismos” donde quizá el kirchnerismo sea el más importante pero deberá confrontar con otros que también buscarán hegemonizar. Porque esta vez el peronismo ha alcanzado su unidad electoral pero no necesariamente su unidad política y muchísimo menos su unidad ideológica. Compiten dentro de él, ideas contrapuestas.
En términos generales, competirán (en qué forma está por verse) las concepciones republicanas versus las populistas en la cuestión política. Y las concepciones progresistas versus las revolucionarias en la cuestión ideológica.
En contraposición al populismo, la concepción republicana reivindica al partido por sobre el movimiento. Ya que ser partido es admitirse como una parte frente a otras con tanta legitimidad como la propia. Mientras que el movimientismo busca absorber a todas las partes dentro del mismo ya que su ideal es un movimiento único, donde en todo caso estén afuera solo la oligarquía y la antipatria.
La concepción republicana es más liberal que jacobina ya que se basa en el imperio de la duda, no en el de la certeza. Buscar impulsar el debate entre ideas tan válidas unas como otras, ya que los que las asumen dudan incluso de las suyas propias y por lo tanto respetan las ajenas, puesto que no les niegan valor de verdad. Sostienen que todo es relativo, y que nada es absoluto
La concepción republicana cree que la verdad es una construcción más que una adquisición, y en la medida que nunca se termina de construir no puede ser propiedad exclusiva de ningún sector.
El liberalismo apoya más la equidad que la igualdad, mientras que el populismo lo contrario. La equidad es dar a cada uno lo suyo, la igualdad es dar a todos lo misma cosa.
Son debates eternos que jamás se zanjarán del todo, pero que hacen al tipo de Estado y sociedad que se propone.
Bajado a términos más concretos, el populismo no simpatiza con ciertas palabras que son apoyadas fuertemente por los liberales. Como “orden”, que el populismo asocia con represión y el liberalismo con autoridad. O “meritocracia” que para los populistas es propiciar el ascenso basado más en valores individuales que sociales. O la “clase media”, que para el populismo es “bosta de paloma” porque coquetea con lo popular y lo oligárquico sin definirse casi nunca por uno. Mientras que para el liberalismo es la clase que equilibra la sociedad y la que propone el modelo aspiracional más universal y justo de todos. O “evaluación”, que para los liberales es la medición del esfuerzo personal que se hace para ascender, mientras que para los populistas son los obstáculos que ponen los ricos para que los pobres no avancen.
Reiteramos que no está en la intención de esta nota caracterizar al peronismo como populismo y a sus opositores como republicanos. Acá lo que queremos expresar es que en el peronismo, sobre todo desde el reinicio democrático, ambas concepciones están en pugna. Una se ha impuesto más veces sobre la otra, pero ambas siguen existiendo.
De cualquier modo, liberalismo y populismo son dos formas distintas de evaluar la realidad política, pero no necesariamente ninguna de ellas es opuesta a la democracia, salvo en sus extremos, como cuando el liberalismo se une con dictaduras militares o el populismo se hace autoritario.
Existe, sin embargo, otro enfrentamiento conceptual que se expresa dentro del peronismo, sobre todo en su versión kirchnerista, que es el referido al debate entre la mentalidad progresista y la revolucionaria, ya que ambas no evalúan del mismo modo la democracia. Para el progresismo, democracia es el sistema que defienden pero lo quieren con más igualdad, estatismo y justicia social que la actual. Pero para los revolucionarios la democracia es apenas el campo de batalla donde se libra el combate entre una seudodemocracia burguesa y otra popular, donde la primera debe ser derrotada por la segunda (por las buenas o por las malas, por los votos o los tiros, según las circunstancias) para lograr lo que llaman la liberación del pueblo, asumiendo para sí pretensiones de superioridad ideológica como si ellos expresaran al todo, a la verdad y a la moral.
La idea revolucionaria dejó de tener expresiones nacionales concretas luego de la caída del muro de Berlín y del mundo socialista, pero su mentalidad sobrevivió en muchas personas. El revolucionario dice amar más la verdad que el poder, pero la verdad absoluta, que es la ideología con la cual se construye el poder absoluto. La igualdad uniformada es para ellos más valiosa que la libertad personal que no puede dejar de ser burguesa, egoista. Se presentan como la antípoda de las dictaduras, pero ellos proponen otro tipo de dictadura, la del pueblo sobre la oligarquía. Para un revolucionario, aún con sus excesos “burocráticos” Cuba es el reino de la verdadera libertad porque fusiona lo público con lo privado, porque favorece el igualitarismo, y porque absorbe lo individual dentro de lo colectivo. Si tiene algo de “dictadura” es porque debe resistir al imperialismo y a sus cómplices internos. Lo mismo dicen de Venezuela, aunque admiten fallas “revolucionarias” en Nicolás Maduro.
En síntesis, el peronismo, en sus versiones republicanas, populistas o progresistas no es antidemocrático, pero sí surgen indicios en ese sentido cuando algunos de sus protagonistas defienden propuestas que son la contracara de la democracia, de las cuales hasta el momento se han lanzado al ruedo las siguientes: la reforma agraria, la reivindicación de la guerrilla, la Conadep del periodismo, la defensa de la dictadura venezolana, la reforma constitucional facciosa y la denominación de presos políticos de la Justicia a los corruptos de Estado.