Valparaíso, pura inspiración

Una recorrida distinta por la Joya del Pacífico, de la mano de Neruda, acaso su más famoso huésped. El mar, los cerros, la bohemia y otros etcéteras que fueron musa del Premio Nobel, y de viajeros de todo el mundo.

Valparaíso, pura inspiración
Valparaíso, pura inspiración

“Valparaíso, que disparate eres” resume Pablo Neruda, siempre justo. La referencia es para el desprolijo enjambre de estructuras, sentimientos y coplas que se amontonan entre los cerros, entre faldas multicolores que van a dar a la costa y se balancean ante la grandeza omnipresente del mar.

Por ello, por lo del disparate, la Joya del Pacífico resulta un trago no convencional, de esos con carácter, los que mataban de un saque los marineros en las fondas y bares de mala muerte cuando la urbe se peinaba cabellos de adolescente, y hacia nacer a Chile desde el puerto. Difícil acelerar el inventario, sí lo que realmente  mantiene viva la llama de Valparaíso es lo insólito del traje, los elixires que arroja su múltiple esencia, los mismos que aspiró y volvió a aspirar el poeta hasta que le conquistaron el espíritu, y la pluma.

De lo que encierra e irradia

“Amo, Valparaíso, cuanto encierras, y cuanto irradias, novia del océano, hasta más lejos de tu nimbo sordo”. De lo que encierra y lo que irradia, hay tela para cortar. Un municipio que reposa apenas  a 400 kilómetros, unas seis horas de Mendoza Capital, y a cien años luz de su vecina Viña del Mar y el turismo de playa. “Valpo”, como la llaman sus pobladores, es otra cosa. Queda claro en la primera caminata, procurando el almíbar de los 42 cerros, palcos hacia las olas.

Los famosos son el Concepción y el Alegre, muestra cabal de las pintas regaladas por el siglo XIX. El estilo victoriano masajea los muros de las casonas, viejas pero  pitucas, que se endulzan de tonalidades naranjas, amarillas, azules, un arcoiris. Más parco el perfil de las iglesias, de los palacios (como la casa Lukas y los palacios Astoreca y Baburizza), y más espectaculares las vistas al Pacífico de los paseos-miradores Gervasoni, Atkinson y Yugoslavo.

Con todo, la verdadera identidad de estos dos sectores ha quedado en entredicho, fundamentalmente a partir de los decoros que el título de Patrimonio de la Humanidad trajo al área. Mucho de restaurante, de bar con onda, de hotel, de tiendas de regalos, y cada vez menos gente colgando ropa en los balcones, hilvanando bromas y compartiendo cotidianidades en los almacenes, preñando el mapa de sabor popular.

En tal sentido, el contraste lo marcan los barrios lindantes, por caso el de los cerros Cárcel (asiento del Parque Cultural), Florida (con “La Sebastiana” hogar de Neruda desde 1961 hasta su muerte, en 1973), Playa Ancha (destaca la escarpada bahía y el faro), Miraflores, Bellavista, Panteón o Yungay, dónde se aprecia el auténtico talante del pueblo, que se sigue moviendo en los “ascensores” (los de los carriles a 45 grados, emblemas de Valparaíso), para burlar las alturas. Casas humildes e igual de coloridas los esperan. También al viajero, que disfruta de la arquitectura, del diseño colonial de las calzadas y arterias, de las plazuelas, y del mundo de graffitis y arte callejero que bendice las paredes.

Del nexo con el mar

“Amo la luz violeta con que acudes al marinero en la noche del mar, y entonces eres -rosa de azahares-luminosa y desnuda, fuego y niebla”. Vuelve el romance con el océano, que en realidad nunca se fue. De la extensa línea de costa en forma de herradura, lo que cautiva es el rededor del Muelle Prat (vecino a los cerros Alegre y Constitución), de barquitos que ofrecen excursiones, el paso de bestiales naves militares y comerciales al lado. El testimonio da cuenta de que Valparaíso es sede de la poderosa Armada de Chile, y uno de los puertos más importantes del Pacífico sur.

A pasos, la Plaza Sotomayor deja el cielo abierto, impregnada de musas marinas y las siluetas de edificios históricos y bellos, como el de la Comandancia de la Armada (afrancesado con toque de art nouveau, un caramelo), el Sotomayor 250 y el antiguo Hotel Reina Victoria. Más evocaciones a tiempos idos surgen en el cercano Barrio Puerto, lugar del Mercado, la Plaza Echaurren, la Aduana (obra nacida en 1855) y la Iglesia y Plazuela La Matriz, punto exacto el primer domicilio de la ciudad (mediados del siglo XVI).

De callejones, primavera y bohemia

“Amo tus criminales callejones, tu luna de puñal sobre los cerros y entre tus plazas la marinería revistiendo de azul la primavera”. En esos criminales callejones, de escaleras, repechos y extravíos, en esas noches estrelladas, cuanta bohemia que hace. Pero bohemia de verdad, sin poses ni falsos estandartes, de paisanos con corazón de artistas y talento a manos llenas. Pasa que Valpo es tierra de inspiración. Una tocata por acá, con Víctor Jara y Violeta Parra dando vueltas; un poeta allá, arrabal en la lengua; un pintor al fondo, aprovechando las acuarelas de carne y hueso. Se pasea el mago por las mesas de los desfachatados bares, que desbordan la calle Cumming y Allende entre cervezas, jarras de tinto con melón, terremotos (Vino blanco con granadina y helado de ananá), trova cubana, rock and roll y hip hop.

Es sentarse en un tugurio a comer empanadas, y que venga un viejo ataviado de guaso (el gaucho chileno), a tocar cuecas por la propina. 
Durante los días, la placita que da a Cumming sirve de balcón para apreciar la arquitectura local en nueva cuenta. Y también de escenario para músicos sin público, malabaristas y cuenta cuentos. Bajando unos pocos metros hasta los llanos y en dirección hacia el sector comercial, retorna el clasicismo de las fachadas. Los astros del suculento portfolio (del que no forma parte el inmueble del Congreso Nacional, de dudoso buen gusto), son los edificios de la Bolsa de Valores, del Reloj Turri y del diario El Mercurio; los palacios Ross y Lyon, el Arco Británico, la Biblioteca y el Club Naval. Estos dos últimos dan a las Plazas Simón Bolívar y Victoria, médula urbana. Se nota en el movimiento apurado, un imposible en las barriadas.

Del a pesar de los pesares

“Pronto,Valparaíso, marinero, te olvidas de las lágrimas,vuelves a colgar tus moradas, a pintar puertas verdes,ventanas amarillas, todo lo transformas en nave,eres la remendada proa de un pequeño,valeroso navío”. En casi cinco siglos de vida, la ciudad pasó las mil. Terremotos, inundaciones, incendios (como el ocurrido el pasado mes de abril y del que no quedan rastros pues se ha trabajado en la prolija reforestación) y dictaduras, amenazaron con romperle el encanto. Mas no pudieron: en todos los malos tragos se impuso el vigor de su gente. Ya lo dice Neruda, en la última caricia: “Porque en tu pecho austral están tatuadas la lucha, la esperanza, la solidaridad y la alegría, como anclas que resisten las olas de la tierra”.

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