Nieve abundante, sol a pleno y gente ávida de todo eso. Aunque pueda parecer contradictorio el combo "mucha nieve y mucho sol", el dato es irrefutable: el centro de esquí Valle Nevado, en Chile, tiene el 80 por ciento de días despejados durante la temporada invernal, que habitualmente se estira desde fines de junio hasta los últimos días de setiembre.
Llegamos desde Santiago en apenas una hora de camioneta (real, aunque sin tráfico), con el ánimo siempre dispuesto a derribar mitos. Pero es una tarea ardua si se llega en el ocaso del día. El cielo sobre la Cordillera de los Andes es un arco iris desordenado, mientras quienes disfrutaron de la montaña bajan el cambio que metieron durante el día y, al ralente, gozan de una de las bondades de la hotelería del lugar: la pileta climatizada exterior con barra de tragos, que también se dejan beber alrededor de un fogón de Babel, con brindis recurrentes y multiculturales.
Al día siguiente, aunque omnipresente, el sol se hace desear tras las altas cumbres. Desde temprano, el Rental de esquí y snowboard (el lugar donde se alquilan los equipos) funciona como un box de Fórmula 1 y en pocos minutos uno ya está equipado, casco incluido, para salir a las pistas. Y si hasta entonces todo ha sido bueno, acá empieza lo increíble.
Desde el hotel, el dominio esquiable se ve inmenso y el valor, a veces intangible, del esquí in/out en Valle Nevado genera que uno se sienta esquiando antes de atravesar sus puertas. Salimos y nos deslizamos por debajo de la telecabina Góndola, que sube desde el estacionamiento destinado a quienes vienen por el día, hasta llegar a la famosa Andes Express, icónica por ser la única telesilla cuádruple de alta velocidad y desembragable (desacelera drásticamente para subir y bajar) de Sudamérica.
En el tercio superior de la montaña, los cañones de fabricación de nieve artificial funcionan a pleno.
"Lo que abunda no daña", reza el "Chino" Vázquez, instructor de la Escuela de Ski y Snowboard y verdadera leyenda del lugar.
Momia, la pista negra que arranca desde el retorno de Andes, nos termina de sacar la modorra y nos deja listos para explorar las restantes 39 pistas, que están impecables: compactas y rápidas tras el trabajo nocturno de las Pisten-Bully, las máquinas pisanieve. Hay pistas para todos los gustos, en porcentajes parejos para que tanto experimentados, como intermedios y principiantes tengan variedad para elegir.
Sin colas en los medios de elevación, a mitad del día ya hemos recorrido buena parte de las laderas, incluso las que se orientan hacia el cerro Tres Puntas, y perdemos la cuenta de la cantidad de bajadas que hicimos. En una de las tantas, el Chino nos lleva por una pista en la que "el gran Alberto Tomba entrenaba slalom durante sus visitas a Valle Nevado", y que técnicamente no es tan exigente: lo que en cambio nos saca el aliento es contemplar, desde los casi 3.500 metros de altura, los valles y picos andinos. Esto es el esquí. Y el snowboard, por supuesto. Y acá, ambos se practican a lo grande.
Tanta emoción despierta un hambre voraz y deliberamos dónde almorzar: si en Bajo Zero, el parador de montaña, u otra de las siete ofertas gastronómicas que se reparten entre los tres hoteles a pie de pistas. Elegimos el Valle Lounge, más distendido y rápido para el mediodía.