La decisión del kirchnerismo de utilizar electoralmente la fotografía que lograron la Presidenta de la Nación y el candidato a diputado nacional Martín Insaurralde junto al Papa Francisco, durante su reciente visita a Brasil, sólo puede ser calificada de una actitud de mal gusto hacia la ciudadanía en general, de un golpe bajo hacia el resto de los candidatos y de afrenta hacia los millones de argentinos que profesan la religión Católica, porque resultó evidente que el Sumo Pontífice quedó inmerso en una campaña preelectoral cuando su intención fue la de recibir, en su visita a América Latina, a los jefes de Estado, entre ellos a la Presidenta de la Argentina.
Ni Cristina Fernández ni Martín Insaurralde pueden calificar la actitud de casual o inocente, porque es evidente que todo estuvo preparado -incluyendo a los fotógrafos oficiales- para lograr la toma que después pudiera ser utilizada en la campaña. Tan evidente fue todo que inmediatamente después de la aparición de los afiches, el propio candidato a diputado nacional salió a “aclarar” que bajo ningún concepto la foto formaba parte de la campaña electoral.
Otro aspecto que ratifica la intención de utilizar al Papa en la campaña quedó demostrado con el estreno, pocos días después de los afiches, de un “papamóvil” en el que se desplazan los candidatos de la Capital Federal, consistente en una camioneta con una foto de la Presidenta junto al Papa Francisco y, por encima de ellos, mirando desde el cielo, Juan Domingo Perón y Néstor Kirchner, lo que no hizo más que reavivar la polémica.
Además de lo desagradable que ya es de por sí el uso político del Papa, lo haga quien lo hiciera, en este caso particular se agrega el hecho de que la Presidenta Cristina Fernández no puede sostener el más mínimo archivo sobre la historia reciente, cuando el actual Pontífice era titular del Episcopado argentino.
La relación del entonces cardenal Bergoglio fue tensa y compleja para con el matrimonio Kirchner y la distancia fue tan profunda que el propio ex Presidente llegó a identificar al cardenal como un exponente central de la oposición.
Néstor Kirchner se molestó cuando Bergoglio, en la primera homilía después de la asunción, cuestionó el exhibicionismo y los anuncios estridentes, alejamiento que se profundizó cuando Kirchner decidió no asistir a la homilía de 2005, lo que motivó que el Tedéum fuera cancelado.
En el momento más tenso de la relación, el entonces Presidente llegó a afirmar que “nuestro Dios es de todos pero cuidado que el diablo también llega a todos, a los que usamos pantalones y a los que usan sotanas”.
No menos conflictiva fue la relación entre Bergoglio y Cristina Fernández. El primer enfrentamiento se produjo cuando, durante la crisis del campo, el prelado reclamó que la mandataria tuviera un gesto de grandeza que permitiera destrabar el conflicto.
Con períodos cambiantes entre la calma y el alejamiento, uno de los momentos más tensos se produjo durante la discusión del matrimonio igualitario, más aún cuando el Episcopado solicitó que en todas las misas se hablara del “bien inalterable” del matrimonio y la familia. El hecho cierto y concreto es que Cristina Fernández nunca concurrió como Presidenta a un Tedéum encabezado por el arzobispo Bergoglio.
Ya que tanto insiste el oficialismo en reclamar, de la oposición, propuestas antes que descalificaciones, resultaría también oportuno que predicara con el ejemplo, que sus candidatos enfrentaran a la ciudadanía señalando qué harán sobre temas esenciales como la seguridad, la inflación, la Justicia o la reelección presidencial, en lugar de utilizar en la campaña la figura del Papa Francisco que, con su humildad y con sus gestos, ha sabido ganarse el corazón de los argentinos y de gran parte del resto de la humanidad.
