Ushuaia, el encanto de un Finisterre

La “Ciudad del fin del mundo” conquista a partir de un patrimonio exquisito. La combinación cordillera y mar, la nostalgia del centro, el impresionante entorno natural y los sentimientos que provoca su latitud extrema.

Ushuaia, el encanto de un Finisterre
Ushuaia, el encanto de un Finisterre

Cuando el viajero abandona los vientos implacables de Río Gallegos con rumbo sur, le entra una sensación que no se traduce fácil, así como tampoco se describe con certezas el destierro, la soledad o la inminencia de alguna magia.

Santa Cruz y la Patagonia delatan sus últimos estertores, se acaba nomás, se acaba el suelo y el continente, y de ahí que los ánimos anden melancólicos. Suspira la llanura, los campos desiertos. El cielo toma una curva hacia abajo y va al abismo, demasiado lo crucial del asunto. Debe ser el fin del mundo, que allá convoca.

La llamada suena adentro, y afuera rondan pistas de que el encuentro está escrito. Vendrá el tránsito obligado por Chile y el Estrecho de Magallanes, el arribo a Tierra del Fuego, la maravilla de cruzar el desenlace de la cordillera por el Paso Garibaldi, y un sueño de lengas.

Y vendrá Ushuaia, que afincada en la costa de cara al jamás, es la ciudad más austral del planeta y una promesa cumplida.


El hervor de la sangre
¿Pero que ve el forastero de frente a la grandeza de la capital fueguina? Primero ve el hervor de la sangre, que lo asalta y le hace saber que acá habita algo especial, la gloria exclusiva de las latitudes extremas.

Después contempla lo puramente palpable y el mix entre una y otra vertiente se vuelve disparo al pecho. Lo palpable es una urbe que baja con la cordillera cubriéndole las espaldas, bosques y glaciares de compinches.

Las laderas fueron tejidas con casitas en tono patagónico y humo saliendo de la chimenea, hasta llegar a un centro de encantadoras construcciones típicas

Al lado de éste anida el emblema: una bahía repleta de postales marítimas (las del Canal de Beagle), barquitos, gaviotas, albatros y un faro (el Les Éclaireurs), que ilumina nostalgias. Cielo plomizo y ventisca combinan perfectos con el semblante.

Tras la radiografía inicial, toca tutear el plano. Entonces la Avenida San Martín cuenta que es la principal arteria local, y que en su asfalto pululan cien idiomas, los de los turistas de todo el globo venidos en avión o en crucero.

Chiquito y primoroso el núcleo urbano, propio de un municipio que no supera los 60 mil habitantes y que conserva el carácter sureño tatuado a orgullo.

Cafés, tabernas, restaurantes, tiendas de regalos y hoteles se mezclan con los edificios más icónicos, como la Antigua Casa de Gobierno y la Casa Bebán (ambas de reminiscencias normandas, corriente que sobrevuela la arquitectura de la ciudad), el Museo Marítimo y del Presidio de Ushuaia (ayer cárcel, una de las más famosas de América), y el Museo del Fin del Mundo (que instruye respecto a la vida de  los onas, los yámanas y otros pueblos originarios y de la llegada de colonizadores y aventureros).

Pegados, los distintos muelles estiran la existencia  buscando la unión con el mar. La pasarela Luis Fiqué trasciende el mero intento, y se interna sobre las aguas para separar la Bahía Ushuaia y la Encerrada.

El paseo, en descuido y poco explorado, resulta una experiencia cautivante. La culpa la tienen el señor Beagle, los pájaros en desbandada, y las bucólicas brumas del finisterre.


Surtido natural
El cartel, clásico de la fotografía, asegura que Ushuaia vive a 3.040 kilómetros de Buenos Aires, y a 5.171 de La Quiaca. (Por si sirve a la causa, Mendoza Capital está a unos 3.500).

Pero no radican en el letrero los principales lazos de esta aislada región con el resto del país. En las partes altas, las barriadas permiten la charla con vecinos que cuentan orígenes: La Rioja, Tucumán, Salta, Misiones, Córdoba, el mismo Buenos Aires.

Familias enteras que vinieron a preguntar por un mejor pasar económico (abundan las fábricas y el trabajo en la provincia), y más tranquilidad.

“Lo que uno nunca se acostumbra es al frío”, comenta Luis, cordobés con rostro de extrañar los calores de las sierras. Mecánico de profesión, reside en el popular distrito de El Martial, desde donde disfruta las espectaculares panorámicas de la bahía, y el hecho de tener al glaciar Martial de vecino.

Ahí, en las adyacencias de ese macizo de hielo aferrado a cúspides de 1.000 metros de altura, viajeros y paisanos esquían en invierno, y en verano se lanzan sobras de nieve. También durante la época estival, el entorno de lengas, ñires y maitenes brinda escenario a empinadas caminatas, de las más populares en la amplia oferta ushuaiense.

Sin embargo, lo mejor en ese sentido hay que buscarlo en el Parque Nacional Tierra del Fuego (al que se puede arribar en el Tren del Fin del Mundo).

A sólo 13 kilómetros de la ciudad, el área protegida cuenta con una decena de circuitos distribuidos alrededor de paisajes alucinantes, cerros, valles, lagos, ríos, turbales, bosques magallánicos y la preciosa Bahía Lapataia de protagonistas.

Otra opción a la hora de empatizar con la naturaleza es tantearle la vanidad al Cerro Castor, o recorrer en barco el Canal de Beagle, e ir a darse el asombro contra las colonias de pingüinos de Isla Martillo o las de lobos marinos de Isla de los Lobos.

Rincones donde los susurros de origen antártico se hacen oír más fuerte, acaso en la pretensión de marcar dominios.

Las Malvinas son fueguinas

La Guerra de Malvinas duele en todo el país, pero es en Ushuaia donde presenta los síntomas más agudos. No es de extrañar, siendo que la urbe es capital de una provincia cuyo nombre oficial es Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, y que por lo tanto comprende al territorio actualmente ocupado por Gran Bretaña.

Basta con caminar las calles locales para sacar conclusiones al respecto: es muy común encontrarse con automóviles, viviendas y comercios luciendo calcomanías, carteles y banderas con la frase “Las Malvinas son argentinas”.

También son varios los espacios públicos que de una u otra manera hacen referencia al conflicto.

En ese sentido, cabe subrayar el Museo Pensar Malvinas (con mucha información histórica sobre el tema), el Monumento a los Caídos de Malvinas (de notable diseño, ubicado frente al mar y en dirección a las islas, incluye el nombre completo de todos y cada uno de los soldados criollos muertos durante la batalla), la sede de la Fundación Malvinas (de fuerte peso simbólico en la provincia, fue creada por ex combatientes), y el mismo Aeropuerto Internacional, bautizado Malvinas Argentinas.

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