Nahitan Nández se arrastra por el suelo disputando un balón con la cabeza, Edinson Cavani pelea hasta la lesión y el propio Bentancur se gana la amarilla por no perder un balón en el área rival con el partido definido. Pero algo cambió en el espíritu charrúa.
Conocido por su fútbol duro, aguerrido y sufridor, Uruguay sorprendió en el Mundial como el equipo con los mejores datos de juego limpio en el torneo. Una paradoja que está lejos de ser casual.
A punto de disputar su quinto partido en Rusia, mañana ante Francia, el equipo de Óscar Tabárez recibió apenas una tarjeta amarilla en sus cuatro primeros encuentros. Solo la modesta Arabia Saudí, con un partido menos, iguala ese dato.
“Lamentablemente recibimos la primera tarjeta amarilla por una circunstancia de juego, no por ninguna incorrección”, aclaró entonces el entrenador. Rodrigo Bentancur había sido amonestado al intentar recuperar el balón en el área de Rusia con Uruguay ganando ya 3-0.
La frase de Tabárez, preocupado por deslindar al equipo de cualquier “incorrección”, muestra una de las raíces del nuevo Uruguay: la propia figura del técnico, una autoridad moral reconocida una y otra vez por los jugadores como un referente también de conducta.
Pero la influencia de Tabárez en el juego limpio de Uruguay tiene también razones tácticas. El técnico diseñó el equipo como una cadena de líneas defensivas que se respaldan mutuamente. Un muro en bloque y escalonado que ayuda a evitar faltas desesperadas.
“El hecho de estar siempre juntos y sin necesidad de hacer faltas para cortar el juego es positivo”, explicó el lateral Diego Laxalt sobre ese rasgo de la defensa uruguaya.
De las 46 faltas cometidas por Uruguay en cuatro partidos, solo 17 fueron cortando el juego en su propia mitad de campo. Junto a Brasil, el equipo celeste es el único que ha recibido solo un gol en el torneo.
La apuesta por evitar el exceso de faltas no es novedad en el Uruguay de Tabárez. La selección recibió ya el premio a juego limpio en la Copa América que conquistó en 2011 en Argentina.
Pero el dato sí contrasta con la historia del fútbol uruguayo, salpicada de entradas escalofriantes, codazos, puñetazos, patadas, rodillazos, insultos y hasta mordiscos como el de Suárez que quedaron bien grabados en la retina de los hinchas celestes.
Hay que remontarse a México 1970, hace casi medio siglo, para encontrar una selección “charrúa” que terminara la fase de grupos de un Mundial con una amarilla.
Desde entonces, el equipo recibió 42: unas siete por Copa del Mundo. Lo notable del equipo de Tabárez es que, pese a ese giro de personalidad, mantiene su histórica “garra”. Uruguay no ha olvidado cómo sufrir y luchar.