Finalizó una semana muy tensa en la que el Gobierno se vio nuevamente jaqueado por la inestabilidad del dólar y su consecuente repercusión en el humor de la ciudadanía.
La volatilidad de la moneda estadounidense no sólo genera preocupación a los argentinos, sino que tradicionalmente repercute en los precios y potencia toda tendencia inflacionaria.
La inflación es, justamente, una de las deudas que tiene la gestión de Macri con la gente y una de las causas de descontento y decepción, incluso en su propio electorado, según lo que marcan casi todos los consultores.
Buena parte de los analistas políticos y económicos y el periodismo nacional en general coinciden en que lo que domina en estos momentos es una profunda crisis de confianza en la actual gestión.
Y esas dudas se trasladan fácilmente a los potenciales inversores, que antes de tomar alguna decisión evalúan los riesgos a los que se enfrentan ante un contexto de preocupación generalizada.
Al margen de lo que resulte del nuevo encuentro entre las autoridades del Fondo Monetario Internacional y la conducción económica del gobierno argentino, previsto para el martes, se presenta otra gran oportunidad para que la dirigencia política en su conjunto, oficialismo y oposición, busquen mecanismos de acercamiento que permitan encauzar la situación creada.
Quedó demostrado que el breve anuncio que hizo el presidente Macri, al promediar la semana, sobre la gestión de un nuevo acuerdo para acelerar la liberación de partidas del préstamo oportunamente acordado por el FMI al país resultó contraria a lo previsto por el Gobierno; no sólo no pudo detener la nueva corrida sobre el dólar sino que la aceleró notablemente y terminó poniendo en serios aprietos a la administración nacional.
A poco de tender nuevos puentes con el FMI, y ya comenzando a transitar la crisis que domina en el escenario económico y político de los últimos cuatro meses, el Presidente propuso la concreción de “un gran acuerdo nacional” para afrontar la delicada realidad.
Básicamente, en ese momento el titular del Ejecutivo insinuó favorecer la habilitación de una mesa de diálogo con la oposición política preferentemente. Insistió en su discurso del 9 de Julio.
“Habrá que sentar a todas las partes con apertura y generosidad para no mentirle más a la gente”, decía en dicha ocasión el jefe de Gabinete de la Nación, Marcos Peña, funcionario de estrecha confianza presidencial.
Justamente, Peña es en estos momentos uno de los nombres más cuestionados de la administración macrista porque le atribuyen, desde afuera del poder, poca predisposición o simplemente falta de capacidad para interpretar desde la política las duras decisiones que la coyuntura obliga a adoptar a quienes se desempeñan en las áreas económicas del Gobierno.
En un escenario políticamente opaco, en el que se destacan como contrapeso al oficialismo de turno sólo los sectores opositores más reaccionarios, es fundamental para la estabilidad institucional de la Argentina que el Gobierno comprometa en la discusión de ideas a aquellas corrientes partidarias más dispuestas a solucionar las diferencias intentando consensos, por encima de aquellos que se ilusionan con una crisis de tal envergadura que termine con la actual presidencia lo antes posible.
Humildad de quienes gobiernan y compromiso desde la oposición exige este difícil momento de la Argentina. Mirar con simpatía el pasado reciente sólo nos hace pensar en la posibilidad de reincidir con vicios y corruptelas que sólo merecen estar en la justicia, no en la política.