Universos personales, delante y detrás de las cámaras

Acaba de inaugurar la muestra “Fotografía Mendocina: 4 Fotógrafos / 2 Generaciones” que exhibe obras de Cayetano Arcidiacono, Daniel Barraco, César Lafalce y Luciano Pappalardo. Aquí, una charla con los maestros.

Universos personales, delante  y detrás de las cámaras

A todos les parece letal la autodenominación de “artistas”. Prefieren asimilarse como trabajadores de la fotografía. “Porque el arte es eso, laburar”.

Las paredes del salón circular del ECA imantan. Allí, ahora, se muestra el trabajo fotográfico de dos maestros y dos discípulos. Por un lado, Cayetano Arcidiácono y Daniel Barraco -universos visuales ya reconocidos dentro y fuera del país-; por otro, Luciano Pappalardo y César Lafalce, exploradores de los parajes rurales y las formas en blanco y negro.

Pero eso es sólo para ubicarnos porque, en realidad, esto es un recorrido por mundos en blanco y negro o color en el que el observador fluye por retratos, escenas, paisajes, atardeceres.

Daniel Barraco ha elegido para esta exposición parte de su serie “Artes & oficios”, un tema que lo atrapa desde hace décadas. Él, que treinta años atrás formó parte de un fotoclub, comienza diciendo que su verdadera búsqueda estética nació al abrirse y tomar su propio camino. “En la vieja heladería de mi familia había una empleada muy particular, recuerdo que se llamaba Angélica.

Le tomé una fotografía. Al verla, mi hermano y yo nos percatamos de que era como esas mujeres rusas del XIX. A partir de entonces, comencé a fotografiar a diversos empleados, obreros y artesanos en su lugar de trabajo. Entendí que el artista es, como el carpintero o el soldador, sobre todo un laburante”.

Y por eso estas fotos: la del escultor Chalo Tulián en su taller, la del cineasta Andrés Llugay en unas escaleras, la del escritor Luis Villalba descansando en su sillón, la del dibujante Eduardo Tejón, la de la cantante Victoria Di Raimondo, la del actor Hugo Vargas. Y otros viejos conocidos realizadores a los que se suma Oscar Arias, “un mecánico de motos de mi cuadra”.

- ¿Por qué todo en blanco y negro?

- El blanco y negro es, ya de por sí, una interpretación de la realidad. Me parece el apropiado para dar esa idea de intimidad, de ámbito personal. 
Sí, hay un romanticismo por las labores que poco a poco van desapareciendo. "¿Qué van a pensar de este oficio dentro de 30 años?, dice Barraco señalando la fotografía en la que ha retratado a Carlos Saraco, el último fabricante local de sombreros.

Al cabo, nos detenemos ante la de Cristóbal Arnold en su camarín. La película no se detuvo y la imagen aparece duplicada. “A veces ocurren accidentes. Es muy interesante descubrir cuando son buenos”.

Los accidentes felices también son fascinantes para Cayetano Arcidiacono, quien además posó para la serie de Barraco como carpintero, su otro perfil. Él, que se aventuró al color hace casi una década, ha decidido exponer fotografías tomadas en varios rincones del mundo. “Salidas”, les llama: un bar en Milano, el frente de una casa en Colombia, un desague en Barcelona, paredes descascaradas en una esquina de Ibiza, “donde no todo es fiesta”.

Cayetano trabaja con las texturas, el brillo y el color. “A pesar de que soy un poco daltónico”, confiesa. Por una delicada intuición, pues, las tonalidades juegan en sus fotografìas, libres y sorprendentes. “La foto me arremete”, explica. De modo que en una estación de buses en Chile o en una playa europea, siempre con la cámara colgada, se halla haciendo un click.

César Lafalce nació en Buenos Aires pero, desde que se radicó en Mendoza hace seis años, decidió compenetrarse con la fotografìa documental. Cámara y carpa al hombro, realizó innumerables viajes a las comunidades de Lavalle (Asunción, San José, Lagunas del Rosario), para captar el devenir del desierto y sus habitantes fuera del bullicio efímero de las fiestas patronales.

“Una de las cosas que me interesa mostrar es la penetración de la cultura ciudadana en estos lugares”, destaca al centrarnos en la foto de unos adolescentes laguneros frente a un televisor.

Justo, en la pantalla, aparece un árbol. Y junto a esa foto está otra de un niño dibujando una ballena. “Es el desierto. La falta de agua es un tema que atraviesa, pero lo quería mostrar de otra manera, relacionada con los sueños y los deseos de las personas”.

A Luciano Pappalardo le emociona ser parte de esta muestra. Como estudiante de la Escuela de Fotografía que funciona en el subsuelo del Eca, ya realizó varias exposiciones en estas salas. “Pero es la primera vez que cuelgo en este salón”. La satisfacción no es sólo espacial. Tras horas y horas de revelado en su laboratorio, aquí están sus paisajes post-apocalípticos y su estudio de las formas a la intemperie.

Silencio, soledad. También Luciano ha caminado el desierto y sus alrededores. En las líneas de la arena, en las vetas de las rocas, busca transmitir expresividad.

Hay un dato fundamental, que envuelve a expositores y público: la muestra está dedicada al escultor Chalo Tulián. Desde la entrada, la memoria del artista recientemente fallecido da cuenta de que el talento y el tesón son herramientas indestructibles.

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