Aunque han transcurrido poco más de 30 años todavía se recuerda con admiración y respeto a aquel gran equipo de vóleibol de la Universidad Nacional de Cuyo que entre 1966 y 1978 obtuvo 13 campeonatos mendocinos de manera consecutiva, sin olvidar que permaneció años seguidos invicto.
Para muchos se convirtió en La Armada Invencible del Vóleibol, con todas las virtudes posibles: orden táctico, calidad técnica, personalidad avasallante, juego vistoso y contundente, enorme disciplina y un excelente estado físico. Dirigidos por un viejo y querido maestro del deporte mendocino, el profesor Ricardo Soloa. Tarea que luego continuó con igual éxito y responsabilidad el profesor Miguel Ángel Negri.
Aquella legión de excelentes jugadores y mejores personas hicieron honor en esos años de gloria esplendor a los códigos más importantes del deporte: el respeto mutuo, el compañerismo, la vida sana y ordenada, la obediencia y el entrenamiento diario. Durante todo ese largo tiempo, construyeron y fortalecieron el preciado don de la amistad.
Los nombres de Roberto Eceiza, Roberto Straky, José Luis Mikalef, Guillermo Casado, Raúl Vélez, Alberto Bonilla, Rubén Riveros, Edgardo Torres, Quito Giménez (†), Hugo Hidalgo, Ricardo Aizcorbe, Marcelo Sivera, Raúl Gómez, Fernando López, el Pipi Pozzoli, Aguirre y Carlos Mazzini quedaron en la historia del vóleibol de Mendoza y de la UNC. Compañeros y amigos de distintas épocas, porque la generación de los más viejos les abrió las puertas a los más jóvenes para integrar a todos en una hermosa familia.
Ahora han vuelto a reunirse, convocarse, como tantas otras veces desde que dejaron de jugar, solidarios y unidos como el primer día, para acompañar y rendir un sincero homenaje al primer maestro, aquel que los marcó a fuego en sus comienzos y que les enseñó el camino de la rectitud y la lealtad, el querido profesor Ricardo Soloa, al que visitaron en su casa- donde se recupera de un problema de salud- para hacerle entrega de un pergamino recordatorio que encierra el mensaje y el eterno reconoci- miento de todos: “Al Gordo Soloa, Maestro de Vida”, testimonio que don Ricardo recibió con lágrimas de agradecimiento, muy emocionado por el feliz momento que sus viejos alumnos le habían hecho vivir. Después es el instante de los recuerdos, de las anécdotas, orgullosos de haber integrado aquella Armada Invencible, que siempre sacaba un tanto de alguna galera, para ganar y volver a ganar. Así durante esos 13 títulos consecutivos y los 7 años seguidos sin derrotas.
Evoca el Papi Straky (60 años, casado con Gury, padre de Daniela, Silvina y José), gran rematador, implacable cuando iba a la red por potencia y efectividad: "La Universidad es mi segundo hogar, porque llegué cuando tenía 18 años y hace 42 que estoy. Como jugador viví una etapa inolvidable, después pude aportar mi experiencia como entrenador y ahora me siento útil en el área del deporte universitario (recreativo, no federado, no competitivo). Mi vida ha sido la Universidad, que es como mi familia, porque forma parte de mis grandes afectos, de mi eterno cariño".
Comenta Billy Casado (casado, 5 hijos), gran receptor, bloqueador y excelente armador: “El profesor Soloa resultó decisivo en nuestras vidas. Primero nos convirtió en personas de bien y después nos enseñó los secretos del juego. Nos hizo ver que el orden, el respeto, la disciplina, la dignidad y un buen entrenamiento iban a ser claves para alcanzar los triunfos más difíciles y todos los éxitos posibles. Jamás nos defraudó, ni nosotros a él. Le debemos lo que somos, en el deporte y en la vida”.
Agrega Billy: “Habíamos jugado un sábado a la tarde un partido intenso, durísimo, que pudimos ganar sólo al final. Cuando pensábamos que el profesor nos iba a dar un descanso, nos citó para el domingo a las nueve de la mañana en los Caballitos de Marly y nos hizo correr unos 10 kilómetros.
Recién entonces nos dijo: 'Bueno, muchachos, ahora sí pueden ir a descansar'. No teníamos fuerzas para nada”. Recuerda el Papi: "El secreto era el grupo humano que existía, porque éramos muy unidos, muy solidarios. Nos matábamos entrenándonos y perdimos el invicto luego de siete años. Lo lograron los muchachos de Maipú, que tenían muy buenos jugadores, en un recordado partido que se disputó en la Escuela Industrial”.