En medio del frío polar -en pleno otoño-, hay cientos de personas en un momento crítico porque no tienen un techo donde cobijarse: viven literalmente en la calle. Según datos del Gobierno, son unas 130 personas en el Gran Mendoza (especialmente en Ciudad, Las Heras y Guaymallén) que pasan la noche en el primer lugar que les sirva como refugio.
La Terminal -e inmediaciones-, la plaza Independencia y el Hospital Central, son los sitios donde suelen instalarse estas personas en situación de vulnerabilidad.
Resulta imposible mantenerse indiferente ante estas personas que, envueltas en frazadas o en sus propias mudas de ropa, se acomodan bien tarde a la noche en algún banco o en la entrada de alguna galería. Ni bien asoma el sol vuelven a deambular por las veredas.
El Gobierno, por medio de distintos convenios, tiene dos albergues en la zona metropolitana. Pero no son más de 40 ó 50 las personas que allí viven y que, para poder ingresar, deben completar trámites administrativos. “Es una población que se recicla mucho. La gente entra y sale constantemente. Es en el Gran Mendoza donde más se observan”, destacó el subsecretario de Salud, Marcelo Sagás.
Entre las personas ya identificadas que están en situación de calle (unas 100) -a quienes se sumarían otras 30-, hay 8 familias con chicos, de las cuales a tres han podido abordar sin acudir a la Justicia. “Se trata de evitar la judicialización para que no entren a un hogar de la Dinaf, que no funciona como queremos que funcione”, destacó el ministro Rubén Giacchi, quien informó que la Provincia tiene 340 chicos en hogares (“son casas para 4 personas en donde viven 10”, acusó el funcionario).
En este sentido, destacó la fusión que se produjo de las áreas de Desarrollo Social y Salud, porque así se facilita el acceso al sistema de salud a las personas más vulnerables.
Los que ayudan
Por estos días, la iglesia Centro Cristiano de Cuyo -junto con las fundaciones El Camino y Hálito de Vida- abrirá nuevamente sus puertas para personas que no tienen dónde dormir. "Hasta el 30 de noviembre del año pasado unas 60 personas dormían en el lugar. Cuando hacía mucho frío la cifra era mayor. Aquí se les daba algo para cenar, una cama, agua caliente y el desayuno", destacó el pastor Daniel Orozco, uno de los responsables del refugio ubicado en calle Dorrego de Guaymallén.
Actualmente están completando trámites municipales para poder abrir sus puertas. “En casi 2 años han pasado casi 600 personas por el lugar y siempre hemos trabajado con donaciones de la gente y ayuda del Gobierno. Veo que ha crecido mucho la cantidad de gente en la calle. Hacen falta más refugios”, destacó Orozco.
Con el mismo espíritu solidario, Matías (28) y su familia reciben ropa, abrigos y alimentos para repartir entre los que menos tienen. Lo hacen en la playa de estacionamiento San Lorenzo (San Lorenzo 743, de Ciudad) y tratan de masificar la campaña por las redes sociales.
“Estamos en el grupo de Facebook ‘No más niños con hambre’ y ahí todos ayudamos. Nosotros recibimos lo que traen a la playa. Hasta recién estábamos saturados de camperas y se las acaban de llevar a la Iglesia de La Merced. Si vemos a una persona que pasa caminando muerta de frío, le damos una de esas camperas sin pensarlo”, destacó el joven, quien indicó que sólo son un nexo entre la gente que dona y quienes lo reciben.
“Permanentemente estamos recibiendo ropa, frazadas, abrigo y comida. El único requisito es que sean cosas que estén en buen estado. Pedimos a la gente que lo traiga en bolsas o cajas, porque no tenemos cómo guardarlas”, indicó Matías.
"No merezco morir abandonado acá"
Aníbal Arana tiene 41 años, nació en San Rafael y es uno de los tantos mendocinos que está en “situación de calle” (como el mismo define su día a día).
Hace 16 años que no tiene un techo fijo y en ese tiempo ha deambulado por el sur, la Ciudad de Mendoza y hasta la Capital Federal, sitio al que viajó para tramitar su certificado de discapacidad. Porque Aníbal, además, fue víctima de un virus intraespinal en 2004 que se evidenciaba con adormecimientos y movimientos involuntarios, y del que le quedan secuelas (musculares y neuropsiquiátricas). A esto se le suma una gastritis crónica.
Más allá de estas adversidades, Aníbal no tira la toalla y todos los días busca una casa en la que pueda trabajar y vivir sin perder de vista su gran sueño: estudiar medicina o el profesorado de historia, y -además- aprender a tocar algún instrumento.
“Quiero despertar de la pesadilla de dormir en la calle. No quiero que se me dispare la mente. No quiero que la sociedad me catapulte y tenga que terminar en un neuropsiquiátrico. No quiero hundirme en la calle y morir abandonado acá, no lo merezco”, reflexionó con lucidez, agregando que ha intentado estudiar pero no ha tenido los medios.
Según recordó, su infancia en San Rafael fue difícil. Desde las interminables peleas entre su padre y su madre (aquél murió en 1983, ella está viva pero no la ve hace años) hasta la muerte de su abuela paterna y de su tía, dos episodios que lo terminaron empujando a la calle.
“Cuando mi abuela murió (1999) me tuve que ir a un hospedaje, en el que pagaba $ 200. Trabajaba haciendo changas pero un día me robaron todas mis cosas y me echaron del lugar por no poder pagar más. Mi primer día viviendo en la terminal de San Rafael fue el 24 de octubre de 2000”, recordó con angustia.
Así transcurrieron 4 años, hasta que su madre -Nieves- lo rescató de la calle y lo llevó a vivir con ella. Pero fue por un lapso muy breve: “Mi mamá estaba juntada con otro hombre; ellos no querían que viviera ahí y me echaron. Entonces empecé a sentir el problema en mi espalda y empecé a recorrer distintos médicos. Me diagnosticaron el virus intraespinal y me derivaron a un médico de Mendoza. Hice un tratamiento entre 2004 y 2006 y me mejoró mucho. Eso es lo que me permite estar contando esto ahora”.
Ese mismo año empezó un tratamiento neuropsiquiátrico, pero a los pocos días volvió a la calle: “Duermo en la Terminal y hasta hace poco lo hacía también en la entrada de la Galería San Marcos, aunque hubo algunos problemas. Estuve algún tiempo viajando a Buenos Aires cuando podía, para tramitar el certificado de discapacidad. Pero ahora se me venció y necesito eso, además de mi medicación”.
El hombre cobra una pensión de $ 3.300 y además hace changas limpiando veredas y acequias. Hasta ha trabajado de cosechador. “Ya he estado en la depresión, no quiero volver. Estoy disponible para trabajar de casero o de sereno para poder vivir y trabajar sin molestar a nadie. Veo que la gente muchas veces me mira como si algo hubiera hecho para estar así, y yo creo que mi único error ha sido no haber podido socializar con mi madre”, destacó Aníbal, quien siempre deja sus pertenencias (las que han sobrevivido al vandalismo) en la iglesia de la Peatonal o en negocios amigos, como la confitería Kamchatka -Peatonal casi San Martín- o el bar Farina Hermanos (Avellaneda y Coronel Suárez de San Rafael), donde quien quiera darle trabajo puede preguntar allí por él.
Operativo
Hoy desde las 8.30, el Gobierno -junto a las facultades de Medicina y de Odontología y 15 ONG- hará controles a personas en situación de calle en la Iglesia de La Merced.
Recibirán un baño con agua caliente y desayuno, y además serán atendidos por médicos. Quienes lo necesiten, serán derivados a hospitales y centros de salud.
Además, a aquellos que no cuenten con DNI se les iniciará el trámite para obtenerlo.