Frente a la denuncia en que me imputan abuso sexual, falsa y mendaz, me siento en la necesidad, el derecho y el deber de hacer pública mi verdad.
El grave daño moral al que me veo expuesto, después de 34 años de trabajo pastoral dedicado especialmente a los más necesitados, tiene una vez más el único y mismo nombre: “dinero”.
Es que la Fundación San Luis Gonzaga que presido cumple, desde hace muchos años, una eficaz tarea de reeducación y reinserción social para jóvenes menores de edad, tarea que no persigue fin de lucro alguno, como tampoco en nuestro hogar para abuelos abandonados, que cuenta en este momento con 25 personas.
Las personas que han fabricado esta denuncia, que buscan sacarme del camino en forma ruin y miserable, vienen perdiendo con mi gestión mucho dinero.
Los dichos del joven que han usado son contradictorios, débiles e insustanciales, y los testimonios a mi favor, contundentes: “No, nada que ver, si no es así el cura”; “que no es cierto, que son todas mentiras, que en ningún momento vio nada”; “que eso lo inventó Franco para sacarle plata al cura”.
La jueza del 1er. Juzgado de Instrucción, Dra. Paula Arana, o la Cámara ante la cual he apelado el procesamiento, frente a ello, deberían dictar mi sobreseimiento, pero si no es así tendré la oportunidad, en juicio público y oral, de sacar a luz esta patraña que esconde corrupción y negocios.
La verdad es que durante años he defendido desde mi corazón y mis convicciones como sacerdote -aún ante la falta de acompañamiento de algún superior- la necesidad de tender la mano solidaria y misericordiosa a personas que, por múltiples razones, han caído en el estado más lamentable de la condición humana, que han perdido el manejo de su destino, desdeñadas por una sociedad que se golpea el pecho pero finalmente mira para un costado o carece de la sensibilidad e inteligencia para resolver esta problemática.
Nuestra filosofía es sencilla: construir con mucha paciencia y dedicación un ambiente adecuado para el desarrollo armónico de menores de edad con problemas especiales, donde sanen sus graves heridas emocionales y se eduque a favor de deponer actitudes hostiles y resentimientos; donde la única libertad que se restringe apunta a que no salgan a delinquir y evitar así que los maten.
He recibido durante años pedidos de jueces y funcionarios, incluso de otras provincias, para hacerme cargo de la tenencia, cuidado y reeducación de muchos chicos hijos de la violencia y el destrato, que han robado y que han llegado a matar, que en ese tránsito desordenado por sus vidas han perdido o no han conocido freno moral que los autoinhiba de cometer delitos. Que son víctimas del negocio de la droga, de la ausencia de un hogar, sin un padre y una madre que los alimente y les proporcione el cariño que hasta nuestros animales domésticos vemos que necesitan, que carecen de la expectativa de un trabajo digno,.
Tengo la enorme satisfacción de ver que muchos chicos que pasaron por nuestra Fundación, y que en algún momento fueron muy bravos, hoy son padres de familia, con un trabajo que los dignifica, gracias a un oficio aprendido en nuestros talleres.
En nuestro instituto no están privados de la libertad ni son maltratados; encuentran allí un verdadero hogar y una escuela donde se instruyen y educan en valores, son familia, la mayoría de ellos han logrado recuperar sus vidas.
Lo hemos logrado sin habernos prestado a negocio alguno, y ése ha sido nuestro pecado.
Confío en Dios y en la Justicia.
Espero tranquilo, con la conciencia limpia, el momento de decir mis verdades y poner en evidencia públicamente a los responsables de esta patraña en la que me veo injustamente involucrado.