Singular y excepcional transición presidencial es ésta a la que estamos asistiendo desde hace larguísimas dos semanas. Aunque, convengamos, no lo es tanto como otra, por estas horas inciertas, derivada de que una elección termine en empate ¡38 a 38! cuando los votantes son ¡75!: eso ya es el súmmum de lo sui generis, propio precisamente de décadas de unicato en serio, sin siquiera primera vuelta, con actos simplemente plebiscitarios del poder del jefe del "todo pasa".
Es singular en más de un sentido. Si bien no es ésta la primera vez que sucede, la transición se produce en un escenario de prácticamente total normalidad institucional, equiparable al del traspaso de Carlos Menem a Fernando de la Rúa en 1999. Aunque al menos desde lo enunciativo programático, entre Cristina Fernández y Mauricio Macri, con "proyectos" distintos para la Argentina.
Los anteriores traspasos desde la recuperada democracia fueron traumáticos: anticipado, el de Raúl Alfonsín a Menem; colapsado por el estallido económico, social y político, el de De la Rúa a la seguidilla de presidentes hasta terminar en la elección de Néstor Kirchner en 2003.
También ocurre como resultado de la aplicación, por primera vez desde la reforma constitucional de 1994, del balotaje. Pero, sobre todo, de las particularidades, tanto positivas como negativas, que devienen del ciclo político más prolongado de ejercicio del poder en la historia contemporánea argentina: doce años y medio de gobiernos kirchneristas, con todo lo que supone semejante duración.
Probablemente de ese prolongado tiempo en el poder, como también de una particular-personal forma de ejercerlo en un sistema político ultrapresidencialista como el nuestro, devengan otras singularidades y excepcionalidades observables en estos días.
El caso más patético son quizás las idas y vueltas fogueadas desde la cima del Poder Ejecutivo alrededor de si el próximo Presidente tiene que recibir los símbolos del mando (la banda y el bastón) en la Casa Rosada, o en el mismo escenario de la Asamblea Legislativa donde jurará como jefe de Estado. Si no fuera por lo que dejan trascender entrelíneas, podrían considerárselas simplemente chicanas.
Pero no es así, porque hasta el mismísimo orfebre hacedor del bastón de mando desde la recuperada democracia aparece involucrado en este auténtico sainete. A estas alturas, a apenas horas de la asunción, podría suceder un inédito papelón internacional: exagerando, que el jueves los jefes de Estado asistentes a la ceremonia no sepan si rumbear para el Congreso o para la Rosada.
Gobernaré hasta el último minuto del último día de mi mandato, fue el compromiso que asumió y reiteró siempre la Presidenta. Quizás también en el afán de cumplir con esa palabra (¿pesan los fantasmas de los finales de Alfonsín y de De la Rúa?), Cristina Fernández se haya comportado durante esta transición como un manantial de decisiones que han hecho de esta transición un caso único.
Desde la designación de por lo menos una veintena de embajadores, hasta la toma de deuda interna con pagarés y de ayuda del Banco Nación, hasta la extensión a todas las provincias, por medio de un decreto de necesidad y urgencia, del fallo de la Corte Suprema de Justicia que dispuso suspender y pagar con retroactividad la quita de 15% de la coparticipación que se le hacía a Córdoba, Santa Fe y San Luis, y que engrosaban los recursos de la Anses.
Comprometedor de los fondos del próximo gobierno, el DNU de Cristina es sencillamente inconstitucional porque no puede usarse ese recurso para temas tributarios. Será por eso sencillísimo para Macri su anulación mediante un simple decreto, a la vez que con una negociación política a la que seguramente se avendrán los gobernadores oficialistas hasta el jueves, necesitados del dinero del poder central para sus gestiones.
De todos modos, la decisión de Macri respecto del DNU de Cristina no aventa otras especulaciones sobre el fallo de la Corte, que pudieron escucharse en sectores de la oposición "justa" de Sergio Massa. El titular del sindicato de la Sanidad, Héctor Daer, alertó que con el argumento de recomponer a la Anses ese 15% de recursos que perderá por el DNU de Cristina, o por el fallo de la Corte a favor de las tres provincias, el gobierno de Cambiemos promueva la venta de acciones que el organismo previsional tiene en empresas privadas por la estatización de las AFJP.
Cristina actúa como si no se hubiera dado cuenta de que el oficialismo perdió y de que el ciclo de más de una década de gobierno llegó a su fin el 22 de noviembre. Parecería no percibirlo, aun frente al comportamiento en contrario de gobernadores oficialistas (sin contar entre ellos al salteño Juan Urtubey: "No asume que se perdió la elección", dijo). O legisladores fieles en todo este ciclo: la aún hoy mayoría oficialista en el Senado desechó la lógica presidencial de imponer su condición de tal y dio lugar, como democráticamente correspondía, a que el eventual segundo sucesor de Macri sea un macrista. En definitiva, pura lógica, en la que la Presidenta tendrá que empezar a encajar desde la noche misma del jueves en que no volverá a dormir en Olivos, si pretende recrear el eventual liderazgo opositor hacia 2019.