El calor no cede, pero el verano llega a su fin. Empiezan las clases. Y con ellas se terminan las vacaciones.
El asesinato de Fernando Báez Sosa constituye el episodio trágico y desgarrador de unas vacaciones que han tenido la particularidad de mostrar el costado abusivo y brutal de la sociedad. A pesar de la desproporción del hecho, no habría que separarlo de otros episodios o situaciones que han tenido lugar en los destinos de veraneo: violencia entre jóvenes que se divierten, consumo de drogas, excesos en la ingesta de alcohol, comportamientos abusivos en las playas, comerciantes inescrupulosos, estafas a turistas, servicios deficientes, accidentes viales, rutas y transportes peligrosos.
Es el collage festivo de una sociedad gravemente disfuncional. La pregunta que cabe hacerse es si es el periodo vacacional lo que dispara estas conductas antisociales o más bien, dadas sus condiciones propias de anonimato (“acá no te conoce nadie”), relajamiento (“estás de descanso”) y oportunismo (“durante el resto del año no se puede”), apenas las deja fluir más libremente. Una especie de “vacaciones de todo”: incluso de las normas elementales de conducta.
A lo largo de un mes y medio, la opinión pública se ha regodeado a límites vergonzosos con este crimen, que posee varias aristas y dimensiones. Las causas que se han identificado son múltiples: la agresividad propia de la práctica de determinados deportes; la falta de una educación familiar adecuada y/o de padres presentes; el exceso de alcohol; la conducta irresponsable de los empresarios de entretenimiento; prejuicios y hostilidades de clase; la ausencia de fuerzas de seguridad.
Quizá me esté olvidando de alguno. Pero esta variedad de causas concurrentes convergen casi por unanimidad, como en un embudo, en un solo reclamo, en una sola solución: más leyes, más penas, más reglamentos, más control, más vigilancia. Más Estado, en definitiva.
No existe una herramienta más eficaz que el Estado para producir transformaciones sociales. Pero el Estado concebido como único medio para tal fin se revela como el más inocuo de los instrumentos. Solo funciona bien si opera en concierto con otros medios de cambio social.
Para una importante proporción de la sociedad argentina el Estado parece ser el remedio para todos los males que la aquejan. Y no se trata exclusivamente de burócratas o individuos cuyos ingresos o medios de subsistencia dependen de los recursos públicos. Esta idea también está presente en intelectuales y reconocidos científicos sociales.
Cada vez que se reclama el avance o expansión de las funciones del Estado en este tipo de asuntos se produce un doble efecto. Por un lado, el Estado destina recursos personales y materiales que debería emplear para tareas que le son propias, expandiendo su área de competencia pero a costa del grave compromiso de su eficacia.
Por el otro, la sociedad (con la diversa pluralidad de sus fines y sus formas de organización: para el caso de Fernando la familia, las instituciones educativas y deportivas, las empresas de entretenimiento y diversión) se retira, se quita de encima responsabilidades que le son propias.
Un Estado en expansión supone una sociedad cada vez más irresponsable, más inimputable, menos capaz de organizarse a sí misma, de darse sus propias leyes. El Estado termina siendo responsable por todo, debe hacerse cargo de ese menor de edad que es el cuerpo social.
No es la primera vez en la Historia que esto sucede. Tanto los regímenes absolutistas del s. XVII como los socialismos del s. XX creyeron poder relevar a la sociedad de sus deberes, sus obligaciones morales y sus propios conflictos derivados. El experimento nunca terminó bien.
La retirada de la sociedad de hoy es el preludio de la(s) retirada(s) que protagonice en el futuro: siempre para atrás. Quedarse con la instantánea impide ver la película completa.
Es difícil romper con esta lógica: la razón burocrática del Estado siempre podrá alegar que no fue ella quien se impuso, sino que fue la sociedad la que se lo pidió.
Al reclamar el avance del Estado como solución a todos sus problemas, la sociedad demuestra no saber lo que está pidiendo. En ese pedido está contenido no solamente su fracaso, sino también el fracaso del propio Estado. Es algo muy propio de quien no quiere asumir sus obligaciones graves. Una sociedad en perpetuo estado de vacaciones.