En 1903, los neoyorquinos ejecutaron a una elefanta en Coney Island, torturándola, efectivamente, hasta matarla. Las versiones varían un poco, pero pareciera que Topsy era una elefanta de circo a la que maltrataron durante años y luego mató a un hombre que le había quemado la trompa con un puro. Cuando sus dueños ya no podían usarla en nada, le dieron cianuro en la comida, la electrocutaron y luego la estrangularon con un cabestrante. La compañía cinematográfica Edison hizo una película: “Electrocuting an Elephant”.
Así es que, quizá, haya un arco de progreso moral. Tras muchos alegatos de maltrato a los animales, este mes, Ringling Bros retiró de su circo a los elefantes y los envió a una vida de ocio en Florida. SeaWorld dijo esta primavera que dejaría de criar orcas e invertiría millones de dólares en rescatar y rehabilitar a animales marinos.
Entretanto, Wal Mart respondió el mes pasado a las inquietudes relativas al bienestar de los animales, diciendo que cambiaría a vender huevos puestos en libertad, lo cual siguió a los anuncios similares que hicieron Costco, Denny's, Safeway, Starbucks y McDonald's en Estados Unidos y Canadá.
Se trata de una revolución humanitaria y Wayne Pacelle, el presidente de la Sociedad Humanitaria de Estados Unidos, ha estado al frente de ella. En forma alternada a estar intimidando a las compañías para que mejoren y cooperen con las que ya lo hacen, él delinea su enfoque en un excelente libro nuevo: The Humane Economy (La economía humanista). Estos cambios corporativos tienen un vasto impacto: Wal Mart o McDonald's dan forma a las condiciones de vida de más animales en un día de lo que hace un refugio en una década.
También hay una lección, yo creo, por muchas otras causas, desde el ambiente hasta el empoderamiento de las mujeres y la salud mundial: la mejor forma para que las organizaciones sin fines de lucro obtengan resultados a gran escala es, a veces, trabajar con corporaciones para cambiar el comportamiento y las líneas de suministro, al tiempo que se las golpea cuando se resisten.
El Fondo para la Defensa del Ambiente y Conservación Internacional hace algo similar en el espacio ambiental; CARE trabaja con corporaciones para combatir la pobreza mundial, y la Campaña por los Derechos Humanos se asocia con compañías para los temas LGBT.
A veces, los críticos ven esto como un compromiso moral en el que se negocia con el mal en lugar de derrotarlo; yo lo veo como pragmatismo.
Asimismo, Pacelle ha sido vegano durante 31 años, pero coopera con las empresas de comida rápida para mejorar las condiciones en las que se cría a los animales por su carne. “Los animales apiñados en jaulas y huacales no pueden esperar a que el mundo se vuelva vegano”, me dijo Pacelle. “Estoy bastante seguro que quieren que se los libere de esta inexorable vida de privaciones en este momento y, una vez que eso se haya arreglado, entonces, personas sensibles pueden debatir si es que debieran criarse para el plato”.
En un momento en el que el mundo es un lío, Pacelle delinea una visión esperanzadora. La población siempre ha tenido cierto impacto con las donaciones de beneficencia, y siempre ha habido boicots ocasionales, pero, a veces, su mayor influencia proviene de hacer uso del poder adquisitivo cotidiano del consumidor. “A medida que la economía humanista reivindica su propio poder, su propia lógica y su decencia esencial, se está muriendo un orden más antiguo”, escribe Pacelle en su libro. “Según todas las medidas, la vida será mejor cuando la satisfacción y la necesidad humanas ya no estén construidas sobre la base de la crueldad hacia los animales. Ya no habrá necesidad de defender prácticas indefendibles”.
Es cierto que continúan las atrocidades y que persiste la matanza de animales, como los elefantes. Había más de 130.000 elefantes en Sudán hace 25 años, en tanto que hoy es posible que solo haya 5.000 ahí y en el país que se separó de él, Sudán del Sur, escribe Pacelle. No obstante, existe un modelo de negocios para mantener vivos a los animales grandes, como los elefantes. Un análisis indica que los colmillos de un elefante muerto valen 21.000 dólares, mientras que el valor del turismo de un solo elefante vivo, a lo largo de toda su vida, es de 1,6 millones de dólares.
Los países siguen su egoísmo liberal cuando protegen a los elefantes, tal como McDonald's sigue su egoísmo cuando cambia a los huevos puestos en libertad. También es asombroso cuán sensibles se están volviendo las compañías a la opinión pública sobre los animales. Después de que mataron de un tiro al león Cecil en Zimbabue, las organizaciones de protección a los animales cabildearon con las aerolíneas para prohibir el embarque de ese tipo de trofeos. Delta, American, United, Air Canada y otras compañías se comprometieron de inmediato.
En el negocio de las tiendas de mascotas, dos cadenas -PetSmart y Petco- han prosperado sin aceptar la norma del sector de la venta de perros y gatos de granjas de cachorros y otros criaderos en masa. En su lugar, desde los 1990, les han dado espacio disponible a las organizaciones de rescate que ofrecen animales en adopción. PetSmart y Petco no ganan dinero con estas adopciones, pero se ganan la lealtad de los clientes para siempre, y han ayudado a transferir 11 millones de perros y gatos a hogares nuevos.
Yo creo que el maltrato a los animales, en particular en la agricultura, sigue siendo un punto ciego moral para nosotros, los humanos, aunque es alentador ver la revolución en curso, motivada por el consumidor. “Tal como casi todas las empresas construidas sobre la base de dañar a los animales hoy están maduras para trastornarlas”, escribe Pacelle.
En un mundo de noticias desalentadoras, es un recordatorio bien recibido que también hay avances. Hemos pasado, en poco más de un siglo, de hacer una película sobre la tortura de una elefanta a mandar a los elefantes de circo a una casa de retiro en Florida. ¡Pero vaya que sí hay mucho más trabajo por hacer!