Una reconversión interesante

De acuerdo con las cifras proporcionadas por el Instituto Nacional de Vitivinicultura, ha caído la cantidad de viñedos implantados con uvas rosadas y han crecido las que cuentan con vides de alta gama, especialmente malbec. El mercado es el que fija las t

Una reconversión interesante

Los datos proporcionados recientemente por el INV, referidos a la cantidad de hectáreas implantadas y al "movimiento" varietal de los últimos años, permiten determinar que la vitivinicultura local va priorizando los objetivos tendientes a mejorar la calidad de los vinos. El informe señala que en los últimos 16 años se ha producido una disminución de casi 16 mil hectáreas implantadas con variedades rosadas, aunque advierte que paralelamente ha crecido la cantidad de hectáreas con malbec -la variedad emblemática- que sumó en el mismo período más de 20 mil hectáreas, mientras paralelamente también creció la implantación de variedades nobles, aunque en menor medida, por supuesto, que la malbec.

No quedan dudas de que es la propia industria la que va mutando sus objetivos, basada en las exigencias del consumidor. Una actitud que se acuñó hace poco más de dos décadas, cuando los empresarios tomaron en cuenta la fuerte caída en el consumo interno y la necesidad de ganar mercados en el exterior. Sólo cabría recordar que en la década de 1960-70 el consumo per cápita en el país alcanzaba los 90 litros anuales, lo que determinaba que los industriales priorizaran la cantidad por sobre la calidad. Todas las uvas -salvo contadas excepciones- iban al mismo lagar y no se conocían tampoco las variedades tintas a nivel individual, sino que eran todas ellas calificadas como "uva francesa". Por diferentes circunstancias se produjo una fuerte caída en el consumo interno, lo que generó primero una importante erradicación de viñedos y luego un cambio en la mentalidad empresaria que decidió salir a "jugar" internacionalmente, compitiendo con las grandes potencias.

El malbec abrió las puertas en los concursos y los empresarios buscaron el espacio adecuado en lo referido a la relación calidad-precio. Los resultados fueron más que interesantes y de los pocos millones de dólares ingresados al país por la exportación de vinos, en pocos años se alcanzaron los mil millones de la moneda norteamericana, entre vinos y mosto. La Argentina en general y Mendoza en particular, ganaron espacios en las góndolas, integrando el denominado Nuevo Mundo vitivinícola, junto a Estados Unidos, Chile, Sudáfrica y Australia, para enfrentar a las potencias históricas, conformadas por Francia, Italia y España.

Con ese nuevo y potencial panorama internacional, las bodegas fueron invirtiendo en tecnología y sumando capacitación profesional y las perspectivas optimistas generaron la necesidad de mayor cantidad de materia prima para la elaboración de mejores vinos.

De allí entonces que se haya observado un incremento interesante en los últimos seis años en las variedades malbec (pasó de 14 mil hectáreas a 34 mil); bonarda (de 12 mil a 16 mil), cabernet sauvignon, de 9 mil a 11 mil), syrah (de 5 mil a 8 mil), en el caso de las tintas y torrontés riojano (de 3.700 a 5.100 has.) y chardonnay de 2.800 a 3.700 has, entre las blancas. Hubo un descenso pronunciado entre las variedades rosadas (cerezas, criollas y moscatel), en un hecho que determina que hubo una reconversión importante hacia variedades finas y que demuestra también la relación de consumo en el mercado interno.

Por supuesto que será la propia industria la que busque los caminos adecuados. Hay un hecho cierto: nadie comienza el consumo a través de vinos de alto valor, sino que la tendencia determina que el ingreso se produce a través de los vinos más accesibles y el consumidor va elevando el nivel de precios a medida que va conociendo más de vinos.

De allí entonces que los vinos de mesa también tienen su mercado y hay que defenderlos.

El gran desafío entonces es establecer la relación adecuada, en lo que a producción se refiere, entre lo que ofrece la industria y lo que requiere el consumidor.

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