Nos encontramos nuevamente frente a una propuesta que busca poner plazo de vencimiento a una conflictividad social de alto impacto. Las estadísticas referidas a muertes y lesiones en accidentes de tránsito asociadas directamente al alcohol y la diversión nocturna, me eximen de dar mayores detalles. Reconocido el flagelo, resta analizar si la terapia propuesta es idónea para extirpar o, al menos, aliviar el dolor.
La solución es impotente porque se construye sobre la falsa creencia de que el entretenimiento nocturno está directamente vinculado a la oferta comercial. Si bien es imposible no reconocer la íntima relación que coexiste, también lo es sostener que aquélla tenga como motivo absoluto a la última.
La voluntad de los jóvenes de reunirse, en una fiesta privada, cumpleaños, etc. prescinde, si quiere y cuando quiere, del negocio del entretenimiento nocturno por obedecer a un hábito cultural profundo. Así, si bien en un primer momento se pueda especular con erradicar la problemática atacando al sector comercial, la ilusión terminará por esfumarse al no saber cómo reaccionar frente al inevitable crecimiento de reuniones privadas.
Un hecho de honda raigambre histórica y cultural enseña que pretender moldear las libertades individuales a partir de la represión positiva estatal de conductas antes por él toleradas (y estimuladas) no encuentra sólido asidero dado que al no darse por aludido ni reconocer como justa dicha reglamentación, el individuo tiende a continuar desempeñándolas pero con este agravante: que aflora en la clandestinidad (ley seca norteamericana)
El Estado persiste depositando fe en algo que no sólo no le surte soluciones sino que le genera mayores trastornos. No podemos permanecer ciegos frente a un hecho que, de implementarse esta normativa, será inminente e ineludible: la aparición paulatina de oferta clandestina con toda su nocividad.
Proliferarán las fiestas privadas y encuentros al margen del comercio que seguirán manifestando los hechos que de fondo se pretenden paliar: conductores ebrios al volante, accidentes, etc.
La propuesta en cuestión parece implacable pero es impotente porque lleva ínsito un vicio engañoso, tirano e infantil: confunde al enemigo, receta un remedio que no sólo no va a aliviar el dolor sino que lo recrudecerá.
Las conductas de los hombres pueden mutar, si se sabe cómo. Esto el Estado no lo asimila y, si lo hace, no sabe cómo. Es por esto que la propuesta de Protectora deja en claro que algo en común tiene con el Estado: la confusión.
Juan Ignacio Lecea
DNI 35.514.848