Fidel Castro moldeó la isla de Cuba a su imagen y semejanza, ya que la identificó con su persona durante más de medio siglo. Es así que cualquier persona que se opuso a éste, su principal objetivo, fue eliminada del modo en que fuera. Como siempre, en los gobiernos autocráticos y personalistas se aducen razones de Estado para acabar con los que se enfrentan al dictador, pero lo cierto es que a partir del fallecimiento del mismo, es mucho más útil y positivo hablar sobre el futuro de Cuba y de sus relaciones con el mundo después de Fidel. Con respecto a éste, es famosísima la frase que pronunció antes de llegar al poder la primera vez que intentó tomarlo por la fuerza, habiendo fracasado. Allí sostuvo con énfasis: “La historia me absolverá”. A partir de su fallecimiento se verá si su profecía se cumple o no.
Como el mismísimo comandante sostuvo, eso ahora será cuestión de la historia, pero lo cierto es que el presente de Cuba dejará de tenerlo como referente exclusivo.
Es allí cuando aparece la enorme posibilidad de que el pueblo de Cuba pueda realizar su destino autónoma y libremente de cualquier imposición del poder absoluto, comenzando a construir las instituciones imprescindibles para que ello sea posible. Sería terrible para el destino de tan sufrido pueblo que la burocracia política que Castro deja como herencia, se mantenga incólume impidiendo la evolución social de los cubanos.
La realidad es que fue tan grande la impronta personal que Fidel inyectó a su nación que muy difícilmente podrán mantenerse las mismas condiciones existentes. Acontecerá, muy probablemente, una lucha entre los actuales dirigentes que tratarán de cambiar lo que ya se cae por sí solo, sin que las modificaciones afecten su poderío, versus los que durante tanto tiempo fueron callados mediante la represión, quienes intentarán transformar las actuales condiciones de posibilidad en un país liberado de todo tipo de imposición autoritaria.
Cuba es un país educado, con una amplia clase media que antes, por las dictaduras militares primero y luego por la autocracia castrista, no pudo desarrollar sus potencialidades para el desarrollo personal y, por ende, para el desarrollo colectivo de su país. Pero no caben dudas que si tan enormes energías son liberadas, el pueblo cubano será capaz, en muy poco tiempo, de pasar de las actuales situaciones de pobreza y escasez a perspectivas muy concretas de crecimiento y progreso. Cultura es lo que sobra en dicho pueblo; lo que le faltaron hasta ahora fueron oportunidades.
Es de desear, también, que los avances producidos en el último año en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos se mantengan y prosigan, aunque las primeras declaraciones del presidente electo norteamericano, Donald Trump, dejan dudas de que ello sea posible. No obstante, más allá de las razones que legítimamente se puedan aducir acerca de que las libertades en la isla son aún muy escasas debido a sus élites dirigentes, lo cierto es que volver a intentar aislar Cuba como EEUU hizo durante medio siglo, no servirá para nada. Como en realidad nunca sirvió para nada, salvo para victimizar y justificar a la burocracia castrista que explicó muchos de sus desmanes como respuesta al bloqueo o embargo que el gran país del norte realizó sobre la pequeña isla.
Habrá que imaginar, quizá, un plan a mediano plazo en el que ambos países cedan las posiciones necesarias para que en el menor tiempo posible la democracia en Cuba sea una realidad. Algo que, de acuerdo a las actuales correlaciones políticas, requiere mucho más de inteligencia que de fuerza.
En síntesis, la muerte del líder cubano aparece hoy como un sendero que se bifurca según tomen, el poder heredado, los duros que buscan encerrar nuevamente a la isla aprovechando las similares tendencias aislacionistas de sus pares norteamericanos, o más bien los racionales que desean seguir el camino iniciado por Barack Obama y Raúl Castro con el apoyo del papa Francisco acerca de una apertura pacífica que tenga como objetivo final la libertad que tanto merece el pueblo cubano.