Poco tiempo después de las PASO y con el escenario político que trazaban las encuestas de opinión, publiqué en estas mismas páginas una columna de opinión donde advertía sobre los límites a la posibilidad de alternancia en el poder que suponían estas elecciones, a partir de dos causas sistémicas.
La primera de ellas, un sistema electoral que plantea una relación de fuerza asimétrica de los partidos más grandes respecto de los más chicos.
En segundo lugar, un sistema de partidos, que luego de la crisis de representatividad que supuso la crisis del 2001, ha ido mutando de un bipartidismo clásico a un pluralismo moderado, donde el peronismo tuvo una fenomenal preeminencia frente al vacío que dejaba la falta de organización por parte de la oposición.
El 22 de noviembre significó un cambio de paradigma, un retorno a la senda de la alternancia entre partidos de diferente color, el inicio de un nuevo período, luego de que el peronismo gobernara 23 de los últimos 25 años de nuestra joven democracia.
Mauricio Macri es el primer mandatario elegido en casi un siglo que no pertenece a ninguno de los dos partidos tradicionales de la Argentina. Al momento de escribir estas líneas, dicho mandatario está asumiendo la presidencia luego de un proceso electoral histórico, marcado por la novedad que supuso la instancia del balotaje y por un traspaso de poder accidentado, por llamarlo de alguna forma, vía judicial mediante, de la cual no hay registros en la historia, al menos reciente, de nuestro país.
Estos hechos hablan de la perspectiva histórica de los días que corren.
Por otro lado, la llegada al poder del nuevo gobierno se da en el marco de una victoria acotada en la instancia de balotaje y de una nueva correlación de fuerzas que dejan las elecciones generales, cuyo reflejo se ve cristalizado en la nueva composición de las cámaras legislativas, que no terminan de acomodarse y, que en última instancia, el tiempo será el principal ordenador en términos de continuidades y fracturas de los bloques. A este complejo escenario político, se le suma la falta de mayorías parlamentarias por parte del Frente Cambiemos.
Este contexto, habla de los límites con los que asume el gobierno entrante. Entonces, me pregunto si detrás de esta debilidad aparente, relativa se esconde la fortaleza no sólo del nuevo gobierno, sino también del futuro de la Nación. Justamente, esta fortaleza está dada por la necesidad de diálogo y la búsqueda de consensos a la que hoy está obligado Mauricio Macri.
La lógica binaria que ha regido la historia política de nuestro país fue, quizás, la principal frontera a un modelo de desarrollo sostenible en el tiempo. En otras palabras, el inicio de períodos (re)fundacionales cada cuatro, ocho o doce años operó como el principal impedimento a la formulación de políticas de Estado y programas de largo plazo.
Incluso, en períodos relativamente cortos de tiempo, se han tomado decisiones políticas y económicas que han sido contradictorias entre sí y que explicarían, a priori, los procesos de crisis económicas que vivimos cada tanto.
En este sentido, Juan Archibaldo Lanús, en su libro La Argentina Inconclusa sostiene que “padecemos el síndrome de la discordancia interior. Los antagonismos y la controversia permanente que se expresa en la política frenan el desarrollo del país e impiden la concertación de decisiones colectivas a largo plazo. Cada Gobierno llega para cambiar lo que hizo el anterior, a veces degradando a sus antecesores. La Argentina carece de estrategias a largo plazo compartidas por las grandes mayorías, así como de procedimientos institucionales para lograr consensos o dirimir conflictos”.
He aquí la importancia del diálogo y del consenso como pilares fundamentales de un horizonte de país, de Nación. Una deuda pendiente de nuestra historia.
Entre algunos de los objetivos esenciales para el desarrollo institucional y económico de la Nación se encuentran la “verdad estricta en la inversión del presupuesto de los caudales públicos, de manera que jamás sirvan a objetivos que no sean de interés nacional; reforma de la Ley Electoral, para que el mecanismo de sufragio sea una verdad incontrastable en el ejercicio de la ciudadanía; ferrocarriles y bancos que levanten de su postración la propiedad territorial, tan abatida en el interior a pesar de su riqueza feraz para fomentar la agricultura (… ), supresión de los derechos de exportación para que las provincias puedan tener recursos con que hacer efectiva su independencia administrativa y el desarrollo de su riqueza”.
Estas demandas, que datan de hace 140 años, corresponden a Leandro N. Alem, que en ocasión de su ejercicio como diputado manifestara en apoyo a la candidatura de Alsina, ya sobre el final de la presidencia de Sarmiento. La cita corresponde al libro de Miguel Ángel De Marco Alem, Caudillo Popular, Profeta de la República.
Como en la hilarante comedia de los años 80s, El hechizo del tiempo, donde un memorable Bill Murray interpretaba a un reportero que estaba condenado a repetir todos los días el mismo día. De igual forma, en esta Argentina sin horizonte, nos despertamos cada día para descubrir que otra vez es ayer. La perspectiva la da la sorprendente actualidad de las palabras de Alem, que dejan en evidencia la trampa del tiempo que supone la falta de políticas de Estado y programas de largo plazo.
Lejos del pensamiento único, de la visión maniquea, el desafío que tiene por delante Mauricio Macri y el arco político en su conjunto, como reflejo de una sociedad, es construir a partir de lo construido, respetando la diversidad y pluralidad de voces. Eso sólo será posible en la medida que haya diálogo y se alcancen consensos. Ese es el anhelo de vastos sectores de la sociedad que esperan se salde la grieta y se fije, de una vez por todas, un horizonte de país que trascienda no sólo al gobierno que en estos días comienza, sino también a los venideros.
El éxito de esta empresa, de romper el hechizo del tiempo, dependerá de la grandeza política que demuestre nuestra dirigencia. Esta es la oportunidad histórica a la que asistimos.
*Por Luciano J. Tosco - Licenciado en Relaciones Internacionales de la Universidad del Salvador y Maestrando en Relaciones Económicas Internacionales de la Universidad de Buenos Aires.