Si has vivido en esta tierra bendita que se llama Mendoza, creo que vamos a coincidir en proponer otras utopías y sueños para los próximos tiempos.
Queremos, necesitamos, un mayor volumen de ciudadanía. Imprescindible para crecer como sociedad, como pueblo, como gente. Requisitos indispensables y excluyentes: respeto, tolerancia, solidaridad, compromiso, amor por el otro. Construir una nueva matriz de convivencia que tenga objetivos integradores y metas a cumplir en plazos establecidos.
Nuestros padres y abuelos hicieron la parte más dura. Construyeron este milagro llamado Mendoza. Inventaron acequias, árboles, canales, zapas, arados, bodegas, sopaipillas, tonadas. No tenían opciones ni buscaron excusas. Se arremangaron y lo hicieron.
Demostremos que aprendimos del ejemplo y, en honor a su memoria, vamos por el resto.
Los expertos dicen que las ciudades que no aspiren a ser saludables van a desaparecer. Por las dudas que tengan razón, cuidemos el ambiente con medidas severas. El agua, que es el oro de estos tiempos, no se derrama ni se contamina. Si tiene que ser un delito penal, que lo sea.
Que la vida del peatón sea sagrada, que cada vez haya más ciclovías y se desaliente el uso del auto; que el transporte público sea eficiente y no tóxico.
Que los jueces sean jueces de verdad, y no instrumentos de los grupos de poder; que los políticos sean políticos dedicados a mejorar el bienestar general y no sus formas de vida; que los empresarios acepten el riesgo de serlo; que haya cada vez más ONG que defiendan a los vulnerables y denuncien a los poderosos.
Que la escuela pública vuelva a ser la bandera de los que nunca tuvieron oportunidades; que los sindicalistas cuiden al trabajador y no al sillón perpetuo que tienen; que el Estado asuma que es de todos y no de una facción ocasional que viene a salvarse.
Diría Serrat: “... No hay otro tiempo que éste que nos ha tocado...”. ¡Manos a la obra, mendocinos!
