Una nación donde se naturaliza la desigualdad

Una nación donde se naturaliza la desigualdad

Hace unas semanas, 320 personas quedaron sepultadas cuando en el sur del país llovió tanto que la avalancha arrastró piedras del tamaño de autos. Esos muertos ya habían perdido antes casi todo: la mayoría eran desplazados por el negocio del narcotráfico y el conflicto interno que desangra al país desde hace más de 60 años.

Quienes sobrevivieron a la avalancha perdieron sus casas. Es decir, otra vez son víctimas y deben desplazarse. La capital de Colombia, Bogotá, es como otras capitales latinoamericanas: centrífuga pero aislada, voraz, posmoderna y por tanto, desconectada del territorio que dice comandar. No hay rutas, en muchos casos no hay Estado en Colombia.

La guerra llega a Bogotá como coletazos que no se pueden ocultar. Cada vez más personas habitan precariamente los barrios de la periferia.

Es tan desigual, y es tan natural la desigualdad, que nos separan por estratos, nos incitan a desconfiar de todo, todo nos es indiferente.

No hay un proyecto federal a largo plazo, no hay movilización política, no hay confianza en las instituciones. Seis millones de víctimas, miles de militantes políticos y periodistas asesinados, candidatos presidenciales muertos, sevicia, "falsos positivos", corrupción galopante, una geografía difícil, los medios que nos idiotizan. Entonces, ¿qué hace que Colombia siga en pie, incluso que avance en algún sentido?

La solidaridad entre los que menos tienen. La alegría como bandera. La familia como último bastión de la confianza, como único núcleo político posible. La riqueza de una tierra (y del agua) que todo lo pueden, que todo lo dan. La esperanza del día a día.

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