La posibilidad de soñar la Mendoza que quiero, hace que uno pueda dejar volar su imaginación y seguramente, en una sociedad como la nuestra, me harán ganarme el mote de delirante. Pues bienvenido sea.
La Mendoza que quiero tiene que ver con el derrumbe de esos muros que se nos han impuesto a través de tantos años. Una Mendoza que construya puentes, que rompa moldes. Que se saque el saco y comience a caminar con bermudas y ojotas.
Una Mendoza en la que lo auténtico sea lo importante. Que no sólo el vino nos haga sentir orgullosos de haber nacido en esta tierra. Sueño con una Mendoza que dé valor a sus artistas y no los destruya por haber nacido en la esquina de mi casa.
Que por elegir la música o el teatro no necesariamente a alguien se lo tilde de drogadicto y que quienes sufren adicciones reciban apoyo y no repudio. Que entienda que el talento no sólo está desde el Desaguadero para afuera. Que apoye a sus deportistas y no les ponga trabas para desarrollarse en lo personal y lo profesional.
Una Mendoza que deje de etiquetar. Que archive esos preconceptos nefastos que nos han regido. Una mujer que es libre para elegir hasta cómo vestirse, no es transgresora sino dueña de su vida. Que no es un ser satánico alguien que eligió ejercer con orgullo su sexualidad no convencional. Que tatuarse, tener rastas o usar pelos de colores no te hacen bichos raros y que usar corbata no te convierte en una persona intachable.
Quiero una Mendoza más amigable con sus minusválidos, porque ellos también merecen vivir libres en su ciudad.
Una Mendoza en la que se piense en el futuro, en la que la sustentabilidad sea una convicción. Una Mendoza en la que los chicos puedan jugar en las calles con la tranquilidad que todos disfrutamos en otras épocas.
Una Mendoza que se saque su naftalina. Que respete a sus ciudadanos por lo que son y no por lo que parecen. Una Mendoza que no se olvide que fue la “que acunó la Libertad”.