“Nuestros partidos tendrían que arrancar recién en el segundo tiempo, siempre jugamos bien después del descanso, Papi. Por lo menos, no perdimos”, estas palabras pertenecen a un niño de no más de 10 años, quien llegó a la platea del estadio de calle Boedo junto a su papá y su abuelo. Sin dudas, heredó esa sangre Celeste.
Con su camisetita del Perro y la número 10 en la espalda siguió todas las acciones del juego. Enfurecido su padre por la actuación del equipo en el primer tiempo, cada intervención del árbitro o del línea número 2, era descalificada con una cataratas de insultos. El niño, con esa inocencia típica de su edad, miraba como asustado a su papá y se comía las uñas en cada ataque Celeste. Llegó el cabezazo de Bochietti y minutos después el golazo de Maxi Fernández desde 30 metros.
El niño Celeste ya tenía los ojos con lágrimas. Su papá seguía puro insulto y amenaza al árbitro (típico insulto de cancha, “de acá no salís eh”) y el abuelo también sufría pero ‘viejo zorro’, entretenía a su nieto con cualquier gesto o palabra al oído. Llegó el entretiempo y comenzó otra historia.
Parece que al equipo de Sergio Scivoletto le gusta que lo provoquen, que lo lastimen. Recién ahí reaccionan. Sin ir más lejos, podemos mencionar la gran final del Federal B ante Huracán, en la cual, en el segundo capítulo fue una verdadera máquina. En el actual campeonato, pasó con Juventud Unida de San Luis, Maipú o contra el poderoso Talleres.
Es otro equipo. Totalmente diferente. Pelota al piso, paciencia, apertura, toque corto, triangulación y efectivo. Y así fue nomás contra Sportivo Las Parejas, equipo que a pesar de ir ganando 2-0, en el complemento, en cuenta gotas pudo cruzar la mitad de la cancha. El dominio territorial y futbolístico de once de Scivoletto fue arrasador.
Situaciones de riesgo, se generaron por docenas. No había caso. El niño ya se había sentado a upa de su abuelo y no quería ver el partido. No lo podía creer. Pero, cayó el descuento de Lucero y el empate de Valenti. Boedo era una fiesta y el niño con su inocencia y una sonrisa enorme, tiró: “Papi, vengamos siempre en el segundo tiempo”