Hace pocos días, en las páginas de este mismo diario, Fernando Iglesias escribía su teoría sobre mi declinación a ser parte del acuerdo PRO-UCR-CC que lidera Mauricio Macri como candidato a la Presidencia de la Nación ("La renuncia al poder. ¿Por qué un dirigente preparado y honesto puede renunciar a ocupar un cargo por el que batalló por más de una década?", Los Andes, 12/5/15).
La buena pluma del conocido periodista ha pretendido interpretarme, aunque es poco lo conseguido para dar respuesta a la pregunta que inspiró su nota. Por eso me atrevo a dar las razones propias, a fin de evitar el equívoco a que conduce que otros las expongan, con el riesgo natural de llegar a conclusiones falsas si se parte de premisas que también lo son.
La primera es bastante superficial y de dudosa certidumbre como para que se haya puesto siquiera en consideración: la encuesta. La misma que me concede el primer lugar de preferencias en febrero es la que daba el mismo lugar en diciembre a Insaurralde, cuando su señora bailaba en el programa más visto de la TV de aire.
Vale también recordar que, nunca en las tres veces en que fui candidata a la Gobernación bonaerense, tomé la decisión de encarar semejantes desafíos mirando una encuesta (que varias veces me ubicaron en rubro “otros”).
Si así hubiera sido tal vez no hubiera aceptado el desafío. Pero lo hice, como ahora, sosteniendo los ideales que inspiran cada paso de mi acción política. No es mirando la posibilidad de réditos particulares sino más bien la de dejar una estela definida en la defensa de esos valores.
Se ha desatado una guerra de encuestas, por detrás de la que corren intereses, operaciones y costos que pagan quienes las encargan y que rinden como positivos los resultados propios. No hay, está claro, ni aún hoy, escenarios definitivos que permitan afirmar sin riesgo de error quién puede ser el ganador de la elección de octubre.
La otra cuestión que pretendo rebatir es esa afirmación de Iglesias acerca de que el apoyo a Macri para que pueda ganar la elección presidencial implica terminar con el peronismo gobernante de los últimos varios años.
Rara conclusión cuando el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires nos deja como herederos de su gestión a dos representantes conspicuos del partido que el autor de la nota quiere sepultar.
O mencionar su reciente y público acuerdo con el senador Reutemann que hasta podría ser su compañero de fórmula pero con quien, al menos, ha acordado la conformación de un proyecto en la provincia de Santa Fe con pretensión de arrebatar el gobierno al frente progresista que gobierna (y que la UCR, como la Coalición Cívica y el partido GEN integran junto al socialismo), “para que Santa Fe vuelva a ser una provincia peronista” (textual).
Cuesta entender la descalificación a Massa como otra opción que daría continuidad a aquel partido en el poder. Olvida Iglesias que hace sólo 18 meses Macri integró su lista en la provincia de Buenos Aires colocando candidatos propios y manteniendo una relación fluida que lleva hoy a tantos rumores sobre un posible acuerdo para competir juntos. Algo nada descartable en un escenario en el que han estado más juntos que separados y cuyas similitudes son obvias.
Tediosa sería la enumeración de los parecidos entre los tres candidatos “elegidos”. Los negocios para amigos vinculados con concesiones del Estado; los beneficios otorgados a los empresarios del juego sin entender el drama social que ello conlleva; el abuso en el manejo de los recursos públicos puestos al servicio de la promoción de sus propias candidaturas; la falta de compromiso (salvo el retórico) frente a la corrupción con el riesgo de un pacto de impunidad.
Como dice Iglesias, Macri es bien parecido a Piñera; pero aseguro que nunca Vázquez ni antes Mujica hubieran cerrado un acuerdo electoral con Lacalle y su comportamiento ha estado marcado siempre por la coherencia y la fidelidad con el proyecto de la izquierda que ambos representan y que nunca buscaron quebrar por un acuerdo de oportunidad. Construyeron sin ansiedades, sin buscar atajos y, sobre todo, sin renunciar a su historia ni a su identidad.
La presidenta Fernández de Kirchner ya eligió a Macri como su adversario. Le da comodidad en la campaña pero también constituye el mayor reaseguro para su regreso.
Llama la atención que avezados dirigentes de la oposición no puedan ver esta maniobra que luce tan claramente a los ojos de cualquiera. Hay que volver a dar previsibilidad a la política y a la Argentina, que cada ciudadano cuando vota sepa exactamente qué es lo que va a hacer el elegido. Que pueda volver a confiar en el resultado de su voto.
Nuestro proyecto se basa en dos pilares: la Igualdad y la Decencia, que son la esencia del progresismo sin caer en la hipocresía de los rótulos. Ninguno de los otros proyectos presidenciales vigentes hoy en la Argentina representa, ni siquiera en el discurso, estos valores. Ahí es donde radica la razón principal de mi decisión.
No hay que dar tantas vueltas a una explicación que es bien sencilla. Creo expresar el único proyecto que hoy responde a los principios de la democracia social y de la ética como parte de la política. Ninguna encuesta, ninguna perspectiva de poder vacío, sin proyecto ni ideas, me aparta del camino que he tomado hace muchos años.
Más temprano que tarde la Argentina habrá podido hacer realidad el sueño de una sociedad justa e igualitaria, sin dirigentes que concedan sus ideas y principios para defender sillones. El poder no es un fin sino un instrumento. Necesita ideas y valores. Cuando estos no existen lo que domina la gestión son los negocios.
Eso es lo que hemos visto durante muchos años, cuando los candidatos visibles de hoy formaban parte de ese Estado botín donde algunos pocos hacían buenos negocios que engrosaban sus bolsillos.
Cortar con eso e impedir que esos protagonistas puedan seguir manejando a su antojo el ficticio poder que hoy encandila, es lo que ha inspirado la decisión de construir una verdadera alternativa, clara y honestamente progresista. No es una cuestión personal ni meramente electoral.
Es el resultado de una voluntad colectiva, con participación y compromiso de muchas personas que provienen de diferentes ámbitos (del trabajo, del mundo sindical, de la intelectualidad, de la cultura, de las organizaciones sociales y los movimientos de defensa de los derechos humanos), que quieren empezar a escribir una nueva historia para la Argentina que queremos. La de las convicciones por sobre las conveniencias.
La del diálogo y la cooperación frente a la confrontación permanente. Donde la Justicia impida la humillación. La del cambio ético y cultural que pueden producir los pequeños puñados de personas con principios.