El próximo regreso a Australia del número tres del Vaticano, el cardenal George Pell, inculpado por abusos sexuales y convocado por la justicia de aquel país, provocó una nueva sacudida en la Santa Sede, con frecuencia señalada por su falta de severidad.
Hace cuatro meses, una exvíctima irlandesa golpeaba a la puerta de una Comisión de expertos antipedofilia que integraba, denunciando una “vergonzosa” falta de cooperación por parte del Vaticano, para luego seguir los pasos de otros dos dimisionarios laicos.
Ayer, uno de los más cercanos colaboradores del papa Francisco se tomó vacaciones en el Vaticano para viajar a su país, algo que evitaba hacer desde hacía varios años. Esto parece haber dejado en evidencia una designación imprudente del papa, convertida en una bomba de efecto retardado.
Pell había sido acusado desde 2002 de abusos sexuales por presuntos hechos de larga data, pero fue declarado inocente posteriormente. En 2014 fue llamado a Roma por Francisco para ofrecerle dirigir una amplia e inédita obra de reformas económicas en el Vaticano, que podría sacudir los cimientos de la institución.
“Es un golpe duro para el Papa”, constata Iacopo Scaramuzzi, vaticanista de la agencia italiana Aska News.
El muy conservador australiano, paradójicamente, es una de las voces más críticas con el papa en cuestiones de sociedad. Sin embargo, habría jugado un rol fundamental durante el cónclave para que se eligiera al argentino Jorge Bergoglio, explica Scaramuzzi.
“No pienso que este Papa no haga nada sobre la pedofilia, pero tampoco quiere focalizarse sólo en este asunto. Él quiere reactivar a la Iglesia”, subraya este observador.
En el caso de Pell, el Sumo Pontífice decidió dejar que la justicia australiana siga su curso, sin exigirle una renuncia. Mientras tanto, el cardenal tiene prohibido asistir a actos litúrgicos públicos. Y, al terminar el mandato de Pell al cabo de cinco años, es probable que el prelado australiano, de 76 años, no regrese al Vaticano.