Una historia de emoción y pasiones

“Me puedo hacer invisible o pequeño./ Puedo hacer cosas gigantescas y alcanzar las más lejanas”.

Jim Morrison (1943-1971)

Las luces del Auditorio Adolfo Calle se van atenuando hasta dibujar una completa oscuridad. Un resplandor limita la pantalla iluminando el rostro curioso del público que ayer -a primeras horas de la tarde- presenció el film “El contador de lagos”.

En las butacas, entremezclado con los presentes, el montañista cataláan Eduard Jornet vuelve a ver la proyección del documental que narra la historia de su hijo Kilian, la de sus inicios deportivos antes de transformarse en el reconocido corredor de trail o en el récordman.

La sucesión de hechos, que acompaña una música tenue, él los conoce bien. Eduard fue testigo de aquella infancia de aventuras que se iniciaron en las montañas de los Pirineos. Recuerdos que también recreó sobre una mesa de trabajo, en una isla de edición hasta convertirla en material cinematográfico.

Un tejido que los mendocinos ayer espiaron como por el ojo de una cerradura... una voz en un catalán tan cerrado como antiguo, dice: “La magia de la competición, lo que la hace realmente grande, es precisamente todo aquello que pasa antes de los resultados”, En la escena, un hombre delgado con un rostro aún adolescente escala una pendiente con esquíes.

Un uniforme de la selección española, tal vez como una marca de tiempo, es el punto de partida para un viaje rumbo al pasado. Un niño que jugaba descalzo sobre la nieve, abrazado por el paisaje. La inocencia y la naturaleza conviven como una metáfora de “libertad”, el hilo conductor de esta cinta, dirigida por Verónica Font, de corte intimista, humano.

La sensibilidad es un teatro más poderoso que la música que lo acompaña (acariciándose como una leve pincelada). Eduard ya no está allí. En ese instante revive en el corazón los días de Malniu.

“El escenario más significativo, para mí, eran las escenas del lago de Malniu. Porque es allí donde mi hijo se hizo alpinista. A media hora de allí hay un refugio, en el que trabajé durante cinco años”, le había contado en la antesala a Más Deportes.

“Cuando eran chicos Kilian y su hermana Naila, con Nuria Burgada, su madre, en lugar de dejarlos con los abuelos, compartíamos la montaña. Fuimos a Córcega, a Finlandia e hicimos una travesía por los Pirineos. Les enseñábamos a descubrir, los acompañamos, no podíamos cortarles las alas”, nos había relatado el hombre de contextura pequeña y de sólidas pasiones, que a los 25 años había dejado su trabajo como serigrafista para convertirse en guía profesional.

“La montaña es eso: sales un día y no sabes si te dejará vivir al día siguiente. Es lo bueno que tiene, te lo puede dar todo pero también quitar. La montaña cuando la amas con pasión, eso es lo que te da”, sostiene aquella voz de la pantalla que minutos antes -en un fragmento de una filmación casera- viajaba con su hermana Naila sobre un carro mientras su madre (Nuria) los paseaba en bicicleta por un camino de bosque.

Durante 54’, la atención de los espectadores estuvo centrada en un monólogo de pasiones: “Al final no interesan los resultados sino continuar disfrutando de la competición”, decía Kilian Jornet.

“Kilian estuvo en Mendoza cuando era niño”

Finalizada la proyección del documental, Eduard Jornet sostuvo un entretenido diálogo con el público, charla en la que también reveló algunos detalles interesantes de la infancia del afamado deportista. “Kilian estuvo en Mendoza cuando era niño. A mediados de los ‘90, realizamos un viaje familiar para conocer Vallecitos. Allí hicimos montaña, y ése fue nuestro primer contacto con vuestra provincia. Después él regresó para intentar el récord de ascenso en el Aconcagua”.