Frente a la seguidilla de femicidios en la provincia, motiva este artículo un intento de ubicarlo en torno a ciertas coordenadas socioculturales y económicas. Para lo cual haremos hincapié en el concepto de autoridad.
Pocas veces ha estado este concepto tan desacreditado como en la actualidad. Se ha señalado a la Revolución Industrial como el momento disruptivo del rol paterno, en particular respecto del hijo varón. El padre en la fábrica u oficina, el niño “atrapado” en el mundo de la madre y la maestra. En ese momento comenzaría lo que ha sido descrito como la “omnipresencia de la madre” y la “feminización del mundo”.
Otra línea de abordaje es la que plantea la crisis actual del Estado-Nación, producto del desencadenamiento de las fuerzas del mercado hacia su trasnacionalización. Estado que hacía de último referente institucional en la regulación cultural y económica de un territorio. Fuente de autoridad legítima que regulaba lo social, vía la producción del sujeto moderno en dos instituciones clave: la escuela y la familia. Estado-Nación que ha sido avasallado por un mercado trasnacional que no tiene pretensiones de regulación social y cuyo único aporte a la cultura occidental ha sido el de su mercantilización.
Los conservadores advierten de la decadencia cultural occidental pero negándose a reconocer en ésta las lógicas de desarrollo económico y societal que propone el neoliberalismo. El “vive sin límites” de las campañas publicitarias es, en todo caso, un “consume sin límites”. Cabe enfatizar que el concepto de límite abreva del concepto de autoridad. Y, en el plano de la familia, se manifiesta como “función” o “autoridad” paterna (la ejerza el papá, la mamá, la abuela o quien fuere).
En otras palabras, el mercado y su propuesta de “borrar los límites” es una fuerza cultural globalizada que hoy corroe la noción de autoridad y la función paterna. Noción que en la modernidad asumía el Estado-Nación en el plano político y social, y que hacía de égida para la autoridad parental y escolar. A esta fuerza confluye también el discurso tecno-científico: “tecnología sin límites”, para una vida sin límites. Discurso utilitarista que desgasta los fines trascendentes que organizaron históricamente a las sociedades por vía de la cultura.
Al mercado no le interesa la función paterna ni ninguna otra diferenciación familiar. Requiere de consumidores, y para ello necesita hacer caer el límite para dar rienda suelta a la impulsividad. Anulación de diferencias de género y familiares, la que muchas veces coincide con los discursos light del posmodernismo.
Afinemos nuestra posición: la autoridad (o límite) es lo que regula la impulsividad. Es la canalización de los impulsos del niño por quien ejecuta la función paterna cuando aquél quiere hacer lo que cree conveniente con los objetos de su mundo. Con suerte, límite que ofrecerá a la vez opciones constructivas. En torno a la impulsividad vemos girar fenómenos tales como la madre que golpea a la maestra en la escuela, las adicciones, el consumo, los abusos sexuales, el homicidio y el propio femicidio.
Pero aún más sorprendente ha sido la confluencia con el mercado, en su ataque a la autoridad de variopintas corrientes culturales modernistas y posmodernistas (las vanguardias artísticas, algunas modas teóricas humanistas y sociales, etc.). Extraña alianza subterránea. “Progresismo” que hoy insiste en confundir autoridad con autoritarismo, más allá de las razones históricas que podrían justificar la confusión.
Parafraseando a Daniel Bell, desde hace un siglo que ya no queda autoridad ni padre a derribar. Es polvo ya muchas veces pisoteado. Y en sociedades pobres y neoliberales, el desempleo y la marginación estructural también le han hecho flaco favor a la figura paterna. Figura desdibujada o ausente, en el mejor de los casos.
Con lo cual no parecen ser los derivados de la autoridad moderna (lo “paterno”) lo que está detrás de la muerte violenta de mujeres, si observamos el sujeto “disciplinado” que producía la troica Estado-Nación, Familia y Escuela. Más bien lo contrario: el femicidio parecería crecer al amparo del declive de la función paterna; ante el descrédito y ridiculización de la noción de autoridad; ante la propuesta cultural (y por tanto familiar) de impulsividad y ausencia de límites. Bastaría para confirmar esto la comparación de tasas delictivas (femicidios incluidos) de la Mendoza posmoderna actual con la Mendoza del pasado, organizada en torno a la cultura moderna.
Desde nuestra postura no podemos disociar el femicidio de otros fenómenos delictivos. Quien delinque no hace discriminación según tipos penales. El hombre que mata por un celular, o que trafica o estafa de guante blanco, probablemente no tenga muchos pruritos a la hora de matar o mandar matar a su pareja, sea ésta hombre o mujer, frente al engaño, abandono o lo que fuere.
El arco “progresista” no parecería considerar al femicidio junto al resto de los delitos, sino que hace más bien cierta diferenciación de la figura, ¡que como delito tipificado respondió a una concepción de “mano dura”, en tanto agravante de la pena! Mantiene su ya clásica reducción social mecanicista y justificadora para explicar los delitos en general (orientación erróneamente llamada “garantista”); mientras que en el femicidio denunciaría, con mano dura, algo así como un exacerbamiento de la autoridad (unida históricamente a la figura del padre). Claro que nuestra postura respecto de esto último difiere por completo y preferimos seguir al filósofo Luciano Lutereau cuando, en alusión al asesinato de mujeres, titula un artículo suyo: “Ya no hay hombres, hay femicidios”, estableciendo así una relación causal.
Concluyendo, el futuro del femicidio y de los delitos en general dependerá del recorrido iconoclasta del mercado y de su correlato cultural respecto de la descalificación de la función paterna; en el contexto ya sempiterno de agudas desigualdades. Desautorizada la autoridad en el plano cultural, es de esperar que continúe impactando de forma directa en la dinámica familiar, condicionando el papel del límite en la constitución subjetiva. Fallando la regulación de los impulsos, los delitos vinculados a la violencia y a la agresión sexual continuarán expresándose en la victimización anónima como también en la intrafamiliar.
En este contexto, será ardua tarea para quien hoy elija asumir la función paterna en la crianza. Y para quien elija asumir cualquier posición legítima de autoridad. Sea mujer u hombre, negro o blanco, hétero o gay.