Durante una década, la Tupac Amaru logró en Mendoza sostener el sueño de la casa propia de cientos de familias que no tenían otra opción que aferrarse a esa ilusión: son los que viven en la Mendoza profunda, la de la economía informal, las carencias permanentes y el trabajo salteado.
Ellos no califican para los créditos de ningún banco y hasta en los programas tradicionales del IPV les resulta difícil encajar. Para ellos surgió el Programa Federal de Integración Socio Comunitaria, otra de las buenas iniciativas del gobierno anterior que, como la mayoría de las que generó, fue usada para fines nada loables: corrupción, adoctrinamiento y clientelismo.
Como todo el proyecto político que integra, la fachada de la Tupac empezó a descascararse con el paso de los años. Primero fue en Jujuy, donde nació. Pero casi inmediatamente siguió Mendoza.
Así, Nélida Rojas, su líder local, pasó de ser la mujer que dedicaba su vida a que los más pobres de Lavalle tuvieran su casa propia, aprendieran un oficio y consiguieran trabajo, a la dirigente que con mano de hierro condujo una agrupación de fines sociales pero con claros intereses políticos y económicos.
Mientras la familia sumaba autos, camiones, motos y lotes a su patrimonio, las casas de la Tupac avanzaban lo suficiente para sostener la ilusión de sus afiliados pero demasiado lento como para ser terminadas alguna vez: fueron iniciadas durante las gestiones de Jaque y Pérez, y hoy apenas tienen avances de obra del 20 o 25%. De no ser asumidas por el Estado, nunca serían concluidas.
Los engañados que aportaban su cuota, su trabajo y su militancia mes a mes no fueron los oligarcas contra los que solían despotricar, ni los burgueses. Fueron los que no tenían nada y siguen sin tener nada.