Pablo Escobar construyó un imperio en base al tráfico de cocaína a mediados de la década del ochenta. Desafió al estado colombiano y puso en vilo a toda la sociedad. Cometió atentados brutales y mató a cientos de personas, entre ellos a un ministro y un candidato a presidente. Acorralado por el gobierno y sus enemigos, se entregó y recluyó en “La Catedral”, una cárcel que construyó a su medida. Allí, continuó viviendo en la opulencia, y manejando sus negocios. Pero su poder e influencia se fueron derrumbando, tuvo que escapar y vivió escondido hasta que sus cazadores -gobierno, viejos amigos devenidos en adversarios, paramilitares y guerilleros-, todos juntos, dieron con él y lo mataron.
En medio de esta vida de película, Escobar formó una familia, tuvo dos hijos y mantuvo su matrimonio -a pesar de las múltiples infidelidades-, a los que arrastró a la clandestinidad en varias oportunidades. Muerto el capo, su familia tuvo que exiliarse, y terminaron viviendo en Argentina. Hoy, su hijo, que se cambió el nombre de Juan Pablo Escobar por el de Sebastián Mallorquín, reconstruye aquella historia en el libro Pablo Escobar, mi padre, las historias que no deberíamos saber (Planeta), en el que afirma no tener deudas pendientes con nadie. En diálogo con Rumbos, dice que no tiene nada que ocultar, asegura que su padre se suicidó y afirma que en este libro está la verdad “absoluta” sobre la vida de su padre.
Viviste en la opulencia y en la clandestinidad. ¿Cuándo te diste cuenta de lo que pasaba a tu alrededor?
Agosto del 84. Supuestamente vivíamos en una casa tranquilos, con comodidades pero como una familia común y corriente. Mi papá iba al trabajo todos los días. Lo único raro que veía es que iba al mediodía. Pero a los siete años, cuando ocurre la muerte del ministro de Justicia (Rodrigo Lara Bonilla, asesinado por sicarios de Escobar), nuestra vida cambia. Nos exiliamos en Panamá, y nos refugiamos en la casa de Noriega. Luego fuimos a Nicaragua, a una casa de los sandinistas. Y el sol no se puede tapar con las manos, por más que uno tenga siete años. Tu papá comienza a aparecer en todos los diarios, se lo acusará de todos estos crímenes y ahí comienzas a darte cuenta. Pero no es de un día para otro. Y a los 7 años no tenés la malicia para darte cuenta de qué vivís, no son preguntas que uno se hace a esa edad.
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