Soy católica no practicante, últimamente bastante decepcionada. No veo en el Papa Francisco al representante de Cristo en la tierra, ni a un elegido por Dios, sino simplemente a una persona que es líder de una institución compuesta por hombres que atraviesa grandes crisis y cuestionamientos.
Que comete errores y tiene aciertos como cualquier otra. Sin embargo, durante la cobertura de la primera misa masiva en el parque O' Higgins ayer a la mañana, me fue inevitable emocionarme.
Más de 400.000 personas tomaron micros, aviones y colectivos, madrugaron, pasaron frío y soportaron amontonamientos sólo para compartir con él por poco más de una hora y verlo lo más de cerca posible.
Durante su paseo en el papamóvil la multitud no paraba de gritar, cantar e intentar llamar su atención, pero apenas dijo sus primeras palabras en la misa un silencio sepulcral invadió todo el predio.
Desde entonces un halo de respeto se adueñó de todos los presentes y sus palabras a favor de la paz calaron hondo en los corazones.
Fue una demostración más de que la Iglesia está viva, sigue teniendo seguidores, a pesar de todos los que desertamos en el camino.
Su mensaje sigue siendo positivo y esperanzador para toda la sociedad: llama a la acción, a mirar al otro y a jugársela. Habrá que revisar lo otro, de lo que no se habla o de lo que se menciona de un modo “políticamente correcto”.
Sólo así podrá reconquistar a los que perdieron su fe y que eligieron mirarlo desde la casa o simplemente no prender el TV.