La prensa simboliza desde su existencia el triunfo de la libertad. Como espacio abierto a la opinión pública por excelencia, constituye uno de los pilares de la democracia.
Durante siglos, cuando la justicia rengueaba los ciudadanos acudían a las redacciones para exponer sus casos. Son numerosas las crónicas de Los Andes -especialmente a fines del siglo XIX- denunciando arbitrariedades.
Dentro de esta mecánica uno de los casos de mayor resonancia y épica fue el encabezado por Émile Zola en la Francia de 1897. El novelista galo se implicó en la defensa de Alfred Dreyfus, un militar francés culpado falsamente como espía, debido a su origen judío.
Zola llevó a la palestra el debate más allá de este caso en particular. A través de una serie de artículos desnudó el maltrato general y la discriminación que sufrían los judíos franceses. Aquella campaña antisemita tuvo alcance mundial, pues por entonces era ya un escritor reconocido. "Sólo un sentimiento me mueve -señaló-, sólo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma".
Con sus "puños llenos de verdades" como diría Sarmiento, Émile se paseaba por las calles de París acompañado de artistas y escritores. Entre sus amigos destacaron Gustave Flaubert, Alphonse Daudet, Édouard Manet y Octave Mirbeau. Parte de la vanguardia francesa que legó belleza y talento al mundo.
Sus ataques periodísticos calaron hondo en la sociedad y el gobierno tomó cartas en el asunto llevándolo a la Justicia.
Sea -corresponsal de un diario madrileño- describió aquellas jornadas de manera exquisita:
“La pasión sigue agitándose furiosa alrededor de este asunto, y a la vez que Zola va cambiando muchas hostilidades en simpatías, la masa público, esa masa que se estaciona a las puertas del Palacio de Justicia hambrienta de revueltas y de escándalo, encuentra placer en gritar contra el ilustre escritor y en enseñarle los puños cerrados en señal de amenaza cuando Zola reaparece, nervioso y agitado, después de tres o cuatro horas de infamante banquillo” (El Globo, 12 de febrero de 1898).
El periodista enfrentó cargos por difamación y tras ser arrestado quedó libre bajo fianza.
Comprendió que era importante alejarse y vivió algunos años en Londres. No sólo el gobierno galo cercó al escritor, también lo hizo la pobreza y de manera contundente.
Regresó a Francia y falleció el 29 de septiembre de 1902 en circunstancias sospechosas. Las últimas investigaciones consideran la hipótesis de un asesinato.
Pensar eso no resulta descabellado pues poco antes el abogado de Dreyfus sufrió un atentado.
En cuanto al militar fue condenado y pasó cinco años en prisión. Sin embargo se revisó el caso y terminó siendo considerado inocente. Jamás recibió compensación estatal alguna, ni la solicitó.
El reconocimiento también llegó para Zola, claro que demasiado tarde.
En 1906 sus cenizas fueron trasladadas al Panteón, siendo este el mayor reconocimiento que puede recibir un francés. Dreyfus asistió aquella tarde y sufrió un atentado que casi le cuesta la vida.
A pesar de tanto odio, llegó a los 75 años y se despidió del mundo en 1935.