Los números se conocieron esta semana. El último informe del Observatorio de la Deuda Social de la UCA revela que 40,8% de la población argentina terminó el año pasado bajo la línea de pobreza por ingresos y 32,2% con problemas de inseguridad alimentaria y de acceso a la atención médica o medicamentos. Sería el dato de despedida del ex presidente Mauricio Macri, por el que pidió que se evaluara su gobierno.
Otro dato relevante es que la gestión de Alberto Fernández cerró enero con un déficit de 3.766 millones de pesos. La brecha con el mismo mes del año pasado es fuerte: la gestión Macri había tenido un superávit primario de 16.658 millones de pesos. La persistencia de la recesión, que hace caer la recaudación tributaria, el aumento del gasto social (movilidad de las prestaciones, el bono a 4,5 millones de jubilados, el programa de tarjetas alimentarias) y los subsidios al transporte y la energía son parte del cóctel que empujó el déficit. Si a esto se le suma lo que se pagó por intereses de la deuda, el rojo fiscal de enero trepa a 90.818 millones de pesos. Una cosa lleva a la otra.
En casi tres meses las gestiones nacional y provincial parecen estar en punto muerto.
Alberto juega su destino a la crucial renegociación de la deuda externa a la que, incluso, le puso fecha: quiere que esté cerrada a fines de marzo. Hasta ahora, congeló tarifas y precios sensibles (luz, gas y combustibles), endureció el cepo al dólar e impulsó un impuestazo selectivo. Desde lo político fue fiel al mandato electoral. Los sectores más afectados son aquellos que, de acuerdo con el análisis del voto, no eligieron la fórmula Fernández/Fernández. Desde lo ideológico también, los sectores con mayor poder contributivo incluidos los jubilados- son los que ponen la plata. Tiene un elemento a favor: la “comprensión” de gremios y movimientos sociales. Después se verá.
Rodolfo Suárez apostó a ser la continuidad de una gestión bien valorada y ratificada en las urnas, pero se encontró con traspiés inesperados. Errores de cálculo político, negociadores sin la experiencia suficiente y cuentas públicas al límite, lo pusieron a la defensiva. Habrá que esperar que pase la Vendimia y se defina el Presupuesto para saber el rumbo de los próximos cuatro años. La obra pública depende de eso. Por lo pronto, desde las empresas constructoras ya pusieron el grito en el cielo. Si se autoriza el endeudamiento para obras, reactivar al sector llevaría al menos cuatro meses.
Acá el congelamiento de tarifas fue parcial. Hasta que termine junio, la luz no subirá, aunque ya está aprobado un aumento de entre 8 y 18% que se aplicaría cuando la Nación avance en ese sentido. En cambio, la tarifa del agua tendrá subas acumulativas que harán que a fin de año se pague 130% más que lo que se pagaba hasta diciembre.
Los impuestos provinciales, en tanto, no tuvieron incrementos de alícuotas pero la revaluación de bienes hará que, por ejemplo, algunos de los contribuyentes que decidan cancelar en cuotas Automotores, terminen pagando cerca de 100% más que en 2019.
La explotación de Vaca Muerta, las exportaciones agrícolas (fundamentalmente los granos de la Pampa Húmeda) y el turismo, eran vistos el año pasado como los motores para que la economía argentina se reactivara y volviera a crecer. Las medidas del Gobierno nacional relativizan esta alternativa. La actividad en Vaca Muerta está seriamente resentida por la política tarifaria. El casi seguro aumento de las retenciones a la soja ya tiene en guardia al sector que aporta más dólares al país y apenas el turismo receptivo queda como beneficiario de esa devaluación encubierta que significa el dólar “solidario”.
La gran pregunta es cómo lograr en ese contexto que arranquen los sectores productivos, que son los que generan los recursos. Si no, será imposible sostener a los sectores subsidiados. Es más, hasta ahora, las palabras inflación (derivada del déficit que se cubre con deuda o con emisión monetaria) e inversión, parecen estar fuera de la discusión. Una cosa lleva a la otra.
Un reciente artículo del ensayista italiano Loris Zanatta es revelador. Echa mano a un trabajo del sociólogo Luca Ricolfi para explicar la raíz cultural de la decadencia argentina, origen que nos emparenta más que cualquier genética con lo que sucede en Italia. Ricolfi describe a la italiana como una “sociedad señorial de masas” donde una minoría de trabajadores mantiene a una mayoría que no trabaja.
Una sociedad rica donde, como paradoja, faltan trabajadores calificados, llena de rigideces, trabas burocráticas e ineficiencias productivas. Una sociedad que concede gran valor al tiempo libre y al consumo, fenómeno que se ha extendido hasta transformarse en masivo; que gasta en juegos de azar más que el presupuesto de salud; en un contexto en el que Italia no crece desde hace diez años y hace medio siglo que el Estado acumula deuda para sostener un ritmo de vida por encima de las posibilidades. “Italia trabaja cada vez menos pero consume cada vez más” concluye Zanatta.
El pecado de Italia y la Argentina, según el ensayista, es que son sociedades basadas en la renta y el consumo, que son la contracara de otras basadas en la producción y el trabajo. Un mal que también acecha a Bélgica, España y Francia que, al decir de Ricolfi, serían países en decadencia, en “argentinización lenta”. De ser así, como nosotros, se acostumbrarán a esperar otro providencial rebote, de esos que nos hace parecer que sobrevivimos a otra crisis, que salimos. Después se verá.