Dato duro publicado en Los Andes: en las últimas PASO, casi 40 mil mendocinos votaron en blanco. No los convenció ninguno de los 11 candidatos que se peinaron para la foto de la boleta electoral. De hecho, el sobre vacío ocupó el cuarto lugar, superando al Frente de Izquierda, el último de los partidos que obtuvo el 3% necesario para seguir compitiendo en las elecciones venideras.
A muchos no hay postulante al cargo público que les venga bien, sencillamente porque no quieren saber nada con las elecciones y las campañas. Se sabe que en varios países, incluido el nuestro, crece la ola de la “antipolítica”... y la verdad que razones no escasean.
Desmenucemos:
1. Impunidad. Son cada vez más los que creen que si la política alguna vez fue “el arte de lo posible”, hoy se ha convertido en el “arte de lo punible”. Entiendo que a un grandísimo porcentaje de los argentinos les dé por el centro de la genitalidad que los funcionarios se hayan vuelto especialistas en zafar de las denuncias judiciales, y que sólo cada “muerte de obispo” caiga alguno por enriquecimiento ilícito. Mientras, las propiedades inmobiliarias de gran parte de quienes supuestamente soñaron con servir a la sociedad se cuentan por docenas. Como los huevos, justamente.
2. No hay control. No pareciera tan difícil medir cuánto billete le cabía en los bolsillos al político antes de ejercer y cuánto en su último día de función... Hasta saltar hasta el otro puesto en el estado, porque al parecer los altos funcionarios se toman tan en serio sus “principios”, que ninguno quiere ”finales” para sus carguitos.
Entraron con un Renault 12 y se jubilan con 12 autos importados...
3. La inutilidad al palo. Lo dicho: demasiados son los que creen que un político que roba más que político es un cliché. Pero la corrupción no es la única razón para enervarse contra quienes llevan el timón del estado. Ineficiencia, falta de sentido común, poca preparación, no pensar en las generaciones que vienen, ni para gastar ni para endeudarse… Para el desánimo, sobran los motivos.
Pero, estemos seguros: el cinismo, el odio hacia la “casta política” es una línea de pensamiento que no nos lleva a ningún lado. Puede servirnos de catarsis, no digo que no, ¿pero llevarnos?, no nos mueve ni un centímetro de donde estamos paraditos. Y el discurso antipolítico es fácil de hacer, y difícil de sobrellevar. Pero nosotros mismos debemos buscar la manera de escapar del laberinto de la queja por la queja. Nada suman los ciudadanos que, imbuidos en el descrédito, repiten oraciones como “roba pero hace”, “yo estaba mejor” con tal o cual y qué me importa el resto, o “ese sí que la hace bien, es un vivo bárbaro”
Es cierto que la misma clase dirigencial no colabora en nada para tratar de desanudar los argumentos apáticos que trenza la sociedad. Ejemplos sueltitos: sueldos jerárquicos públicos que corren en yunta con la inflación, mientras la mayoría de la población civil se las ve en figuritas para trepar al día 17 de cada mes. ¿Sigo? Dos cámaras (¡dos!) de legisladores rebosantes de asesores, en el marco de una comunidad con indigentes a la intemperie bajo cero.¿Sigo? Se empeñan en sostener reglas de juego con olor a trampa, como las listas sábanas y los desdoblamientos interminables, para darle lugar a sus “colegas” más impresentables y a míseras especulaciones electorales.
¿Sigo? No, basta; se supone que esta nota es un pequeño esfuerzo para superar el discurso antipolítico, y en el mejor de los casos aspirar a envalentonar a los pibes que tienen ganas de pelearla, de no borrarse, de meterse en el lodo. Porque, lo sabemos, si la idea es cambiar el sistema corrupto no hay que ser parte de él, pero sí ponerse lo suficientemente cerca como para darle una buena trompada. Parafraseando al filósofo Lionel, no tenemos que prestarnos a la corrupción, pero sí debemos intentar mejorar lo dado desde los intestinos de la democracia.
El discurso antipolítico no sirve para nada, acarrea fenómenos antidemocráticos que después salen caros (cuando ganan aquellos que proponen terminar con todo, como ha sucedido a fuerza de Bolsonaros y Trumps) y en definitiva tampoco es justo. Los argentinos, gracias a la democracia -y por sobre todo a la gente- llegó a tener una educación envidiada por medio mundo, un estado de bienestar que cobijó a millones, tuvo ascenso social y una especie de “argentinian way of life” a puro mate, asado y una clase media robusta que un poco nos enorgullece. Tuvo cuadros honrados como Illia, corajudos y cabales como Alfonsín y también tuvo en Perón o Yrigoyen estadistas que pensaron la manera de integrar a los que se habían quedado debajo de la mesa.
En conclusión, no creo que esté todo mal. No creo que todos los políticos sean una mierda. Sé que en estas elecciones podemos intentar cambiar la historia. Pero no solo con el voto. Siendo parte. Con compromiso. O al menos, pensando mejor nuestro discurso y evitando el vacuo speech de odiar todo lo que llevan dentro las urnas.
Porque, en definitiva, la política es algo demasiado importante como para dejárselo solo a los políticos.