Por Jorge Sosa - Especial para Los Andes
Allá, en el pequeño pueblito donde nací, era la plaza un lugar de reunión, permanente. En ella se realizaban los actos patrios y ocurrían, habitualmente, juntadas de distinto nivel de edad.
Los pibes se juntaban a andar, en socializar sus juegos, los viejos a compartir toscanos y recuerdos bajo la sombra de un pino ciprés que le daba altura a la plaza. Era allí dónde se producían los topamientos fugaces de los amores incipientes, cuando los muchachos giraban en contra de las agujas del reloj y las muchachas a favor para darle sentido a la llamada “vuelta del perro”, que fue inicio de varios y variados matrimonios.
Recuerdo que en la plaza había carteles que indicaban “Prohibido jugar a la pelota”; “Prohibido andar en bicicleta”, “Prohibido pisar los canteros”; “Prohibido hacer picnic en el césped”, “Recuerde: la plaza es suya”.
En esa plaza se erigía el monumento al héroe del pueblo: el General Susvín, a quien, por escasez de presupuesto lo habían esculpido montando un chivo, para ahorrar bronce. El General Susvín fue el héroe de la Batalla de Pago Largo, llamada así porque se canceló en 62 cuotas, y además, el que realizó el famoso “Grito de Susvín”.
Cuando se vio acorralado por las tropas enemigas que lo doblaban en número, escuchó el grito del jefe de los rivales, exigiéndole: “Rindansén, Susvín”, ante lo cual el héroe legendario se paró valerosamente sobre su cabalgadura y contestó: “¡Bueeenooo!”
Cuando el terrible sismo de 1861 destruyó la ciudad de Mendoza que se erigía, endeblemente, alrededor de lo que hoy es la Plaza Fundacional, Ballofet se dedicó a diseñar la nueva. Y tomó como ejemplo el daño ocasionado por el terremoto. La ciudad vieja tenía calles muy angostas y los derrumbes de edificios hicieron muy difícil la tarea de auxilio a los que quedaron atrapados.
También fue notorio, después de la catástrofe, que no contaba el lugar con un sitio que albergara a los damnificados. Entonces el francés, avenido a mendocino, diseñó una ciudad con avenidas anchas (San Martín, Las Heras, Belgrano y Colón) y una plaza enorme en el medio para que sirviera de refugio al aire libre a quienes pudieran, en el futuro, verse afectado por otro azote de las entrañas de la tierra.
A la central (actual Independencia) le agregó el francés cuatro plazas más en manifiesta simetría. Así surgió la ciudad que tenemos que es admirada, entre otras cosas, por sus plazas. Es admirada por los turistas que gastan las baterías de sus celulares para llevarse recuerdos placeros y debería ser admirada por nosotros, los mendocinos, porque es un espacio donde uno puede certificar la existencia del universo.
Todas, las del centro, son plazas bellísimas. Personalmente disfruto, con plenitud, cruzar por la Plaza España, con ese desparramo de mayólicas y mosaicos decidores de belleza. La disfruto a pesar de los deterioros provocados por los depredadores con ruedas.
Todas tienen signos de deterioro, aun así, salen victoriosas ante las miradas de los que nos visitan. La Muni sabe que entre sus tareas, propiciatorias de turismo, está la conservación de las plazas, pero no puede ser responsabilidad solo de la Muni, cada mendocino debería cuidar, con celo, con amor, esos sitios que nos hacen trascendentes entre argentinos y otros turistas con distintos idiomas.
No romper, no ensuciar, no lastimar, cuidar hasta el mínimo verde, sonreír mientras se las camina, porque la sonrisa de los pasajeros también contribuye a un buen paisaje y el lugar da para eso.
La tarea es de todos, para que sea una realidad la definición: “Mendoza, es lo mejor de plaza”