Vamos a recordar cómo nació la tonada "Otoño en Mendoza", que también es conocida como "Tonada de otoño". Era el año 1976, yo trabajaba en un tallercito de serigrafía que habíamos puesto con el objetivo de obtener algún emolumento medianamente digno. El taller estaba ubicado en la calle Alberdi, de San José, a pasitos de la conocida Plazoleta del Indio.
Un atardecer de abril fui a la estación terminal de micros a tomar uno que me devolviera a casa. En la esquina de Bandera de los Andes y Alberdi me paré, porque algo me impactó. Ese lugar es uno de los pocos en los que se puede contemplar la precordillera con amplitud. ¿Qué me impactó? Les detallo los impactos: las montañas eran azules, intensos; el cielo mostraba un degradé de colores que iban del casi negro en el Este, pasaba por azules y celeste sobre el cenit, naranja cuando se aproximaba a la montaña y rojo allí donde los cerros se habían tragado al sol; los árboles de la zona andaban todos amarilleando; y había algo en el aire, invisible, pero certero en las emociones, que si Federico García Lorca hubiese estado conmigo me hubiese dicho: "Son los duendes, Jorge, son los duendes"
Entonces, yo, que había vivido el otoño en otros lugares, me dije: "No es lo mismo el otoño en Mendoza", y me fui a casa con esa frase, extendiéndola en versos mientras duró el viaje en micro. Al llegar la escribí. Salió como si me la dictaran. Se la di a Damián Sánchez para que le pusiese música y Damián la cajoneó.
Dos años después, en un asado que estábamos perpetrando en casa de Gianni y de Bettina, Damián me dijo: “¿Te acordás de aquella poesía que le escribiste al otoño?”. Contesté con mucho de incredulidad: “¿Yo le hice una poesía al otoño?”. Damián cerró el momento: “Claro, güevón. Bueno, hice una tonada. Vení que te la hago escuchar”.
Y nos apartamos del contingente morfativo para apreciar el tema. Cuando terminó preguntó mi parecer. "Bueno", dije, "Una tonadita más". Damián coincidió: "A mí me parece lo mismo. No va a pasar nada con este tema".
Pero ahí estaba el Pocho Sosa, que es la tercera pata de la canción, porque a la canción la componen: autor, compositor e intérprete, y a veces, este último valora más el tema que los creadores. Y Pocho primero y Mercedes Sosa después la desparramaron por todo el mundo.
Hoy es casi un himno de Mendoza. Vamos a repasar su letra.
No es lo mismo el otoño en Mendoza,
hay que andar con el alma hecha un niño,
comprenderle el adiós a las hojas
y acostarse en su sueño amarillo.
Tiene el canto que baja la acequia
una historia de duendes del agua,
personajes que un día salieron
a poblarnos la piel de tonadas.
La brisa, traviesa, se ha puesto a juntar
suspiros de nubes cansadas de andar.
Esta lluvia que empiezan mis ojos
no es más que un antojo de la soledad.
Es posible encontrar cada nombre
en la voz que murmuran los cerros,
el paisaje reclama por fuera
nuestro tibio paisaje de adentro.
Ser la tarde que vuelve en gorriones
a morirse de abrazo en el nido
y tener un amigo al costado
para ser un silencio de amigos.
La tarde, nos dice, al llevarse al sol
que siempre al recuerdo lo inicia un adiós.
Para quien lo ha vivido en Mendoza
otoño son cosas que inventó el amor.