En estos tiempos de la grieta es difícil que una noticia nos satisfaga a todos, salvo un triunfo deportivo o algo similar. No es sólo la grieta lo que impide coincidencias generalizadas entre los argentinos.
Como en cualquier país occidental, discrepancias religiosas, morales, sociales, económicas y hasta estéticas hacen casi imposible que compartamos algo con gusto y sin discrepancias. Vamos al caso que nos ocupa.
Todos aprendimos en la escuela: (i) que existió un Ejército de los Andes formado por unos 5000 argentinos y sólo una fracción de los 700 chilenos independentistas que huyeron a Mendoza luego de Rancagua; (ii) que ese ejército había cruzado la cordillera y bajo el mando de San Martín derrotó a los españoles en Chacabuco y Maipú; (iii) Bernardo O'Higgins arribó tardíamente al campo de Maipú, cuando la batalla había finalizado ; (iv) que por aclamación le fue ofrecido a San Martin el cargo de Director Supremo de Chile; (v) que la bandera que acompañó a ese ejército era azul y blanca y lo más importante: (vi) que San Martín y su Ejército de los Andes fueron los libertadores de Chile.
Pero cuando uno leía manuales corrientes de la historia de Chile o hablaba allá de estas cosas parecía que casi nada había sido así.
Algunos episodios, como que San Martín fue jefe supremo del ejército de Chile estaban ausentes. Otros prácticamente inventados, p. e., que la decisiva batalla de Maipú fue ganada por paisanos reclutados por O'Higgins, como si un grupo de campesinos hubiera podido derrotar a un ejército de línea. Tampoco se aclaraba que cuando la batalla de Chacabuco, Chile no era aún independiente y, por tanto, lo que a veces aparece en su historiografía como "tropas españolas", éstas estaban formadas en su mayoría por naturales de la Capitanía de Chile, como consta en el parte que San Martín dirigió a las autoridades de Buenos Aires comunicando aquella victoria.
Y aquí viene la nueva buena: ha nacido el revisionismo histórico chileno en la obra de investigación de Jorge Baradit. En sus libros y programas en la televisión (varios en YOU TUBE), este versado comunicador social declara en alta voz las verdades puntualizadas más arriba y otras. Fiel a lo que dicen los testimonios y documentos, no vacila en afirmar que San Martín y su ejército fueron los libertadores de Chile. Que un historiador chileno reconozca el decisivo rol de San Martín y el Ejército de los Andes en el nacimiento de su patria reconforta, aunque no sería suficiente para hablar de una "buena nueva". Pero no es lo que dice un historiador. Se trata de la gran audiencia que tienen sus programas en la tv, del tremendo éxito editorial de sus libros en Chile y de la generalizada aceptación de su discurso. La gente ahora se pregunta allá, "¿por qué no nos contaron esa historia?".
El mérito de Baradit va más allá de su encuentro con verdades ocultas de la historia de Chile. Como un sociólogo de la historia se pregunta por qué pasan estas cosas. Su respuesta es sencilla: las naciones necesitan construirse historias por motivos políticos o de identidad, donde los sucesos que no lucen desaparecen o van a pie de página. Y en eso no fuimos muy distintos.
No nos cuentan que el 25 de mayo de 1810 se creó la 1ra. Junta para salvaguardar los derechos de la corona española en el Rio de la Plata, que en 1815 el Director Supremo Alvear comisionó a García ante el embajador británico en Brasil para que ofreciera a su rey hacerse cargo de estas tierras o que Belgrano anduvo por Europa buscando un noble que nos quisiera gobernar. Paradójicamente, la Asamblea del año XIII había derogado los títulos de nobleza.
Se celebraba 1853 por una Constitución que había sellado la unidad nacional y se escribía a pie de página que años después Buenos Aires se declaró nación independiente. O, finalmente, que el bloqueo anglo-francés o la batalla de la Vuelta de Obligado habían sido problemas del gobierno de J. M. de Rosas, pero no de la Argentina.
Hay una diferencia con relación a ambas tareas de revisión. La de nuestra historia oficial, diseñada prejuiciosamente por B. Mitre y V. F. López, comenzó a fines del XIX con la Historia de la Confederación Argentina de Adolfo Saldías, a las que siguieron La Época de Rosas de E. Quesada y las luminosas contribuciones de Rómulo de Carbia sobre la obra de España en América. Éstas y otras obras fueron ignoradas por los diarios de la época que seguían la historia oficial. Pero no se podía tapar el sol con las manos y los años posteriores vieron crecer enormemente la revisión crítica de la historia argentina. Chile, en lo que hace a la historia de su independencia, recién comienza.
La dura tarea de Baradit -decir verdades o denunciar hechos deformados tiene siempre un costo- redundará doblemente. Con seguridad ayudará a un acercamiento entre ambos pueblos. Y nuestros muertos en aquellas legendarias batallas también ahora gozarán también de reconocimiento en la tierra que los vio morir.