Días pasados la Legislatura provincial, a través de un proyecto de ley, allanó el camino para que la Municipalidad de Junín pueda adquirir una bodega y elaborar sus propios vinos. De esa manera, la comuna se queda con el crédito de la bodega, que estaba en cesación de pagos con el Fondo para la Transformación y Crecimiento, con el objetivo de brindar a los pequeños productores del departamento la posibilidad de elaborar, reconvertir y tecnificar sus viñedos.
La bodega era propiedad de Sabino Carricondo, tiene una capacidad para seis millones de litros, posee fraccionadora, depósitos y una planta de mosto concentrado de 16 mil toneladas anuales que, según el jefe municipal nunca llegó a funcionar, por lo que está prácticamente nueva.
Explicó que el principal interés de la iniciativa es ayudar a los productores para que elaboren sus propias uvas, recordando que Junín cuenta con el 90% de su territorio cultivado y 1.700 productores, de los cuales aproximadamente 800 poseen menos de cinco hectáreas y, de ellos, 40% no ha reconvertido. Lo que se intenta -dijo- es evitar que esos viñedos se conviertan en emprendimientos inmobiliarios y barrios privados.
No se puede dudar de las buenas intenciones del jefe comunal y del legislador autor de la iniciativa, pero también debe advertirse que muchas veces esas buenas intenciones suelen dar de bruces con la realidad. Primero podríamos señalar que las empresas, en manos del Estado, no han dado los resultados esperados. Mucho más en el caso de la vitivinicultura que cuenta con el antecedente de lo que sucedió en su momento con Giol, con todo lo que significó y que llegó a ser calificada como la bodega “más grande del mundo”.
La situación llegó a tal extremo que el gobernador José Octavio Bordón decidió entregarla a las cooperativas, desde donde surgió Fecovita, que ha pasado a convertirse en una de las empresas que mantienen preponderancia dentro de la actividad. Pero también es dable advertir que Fecovita contó -y cuenta- con marcas que le permitieron una incursión inmediata y la permanencia en los mercados. A punto tal llega la situación que muchos empresarios suelen señalar que se trata de un negocio complejo, donde lo que realmente tiene valor es el mercado.
También valdría hacer mención al momento en que se produce la iniciativa. La vitivinicultura atraviesa una situación complicada, por la escasez de uva (la cosecha sigue siendo muy baja), con precios altos para el vino pero con un “techo” en la etapa final de comercialización, impuesto por otras bebidas sustitutas y por la retracción en los gastos del consumidor. Esos aspectos han llevado a algunos especialistas a señalar que “para los que conocen la situación es complicada, por lo que para los que recién se inician y, sin marcas propias, es una verdadera aventura”. Instalar una marca y posicionarse en el mercado lleva su tiempo, que es mucho más amplio y que superan las necesidades de los productores, que son inmediatas.
El gran avance de la vitivinicultura argentina se produjo cuando el Estado dejó de intervenir en la industria (épocas de bloqueos, prorrateos o cupificaciones) y dejó que la actividad privada actuara en consecuencia. Esa situación, más la reconversión de viñedos y la incorporación de tecnología en bodegas, permitió mejorar la calidad de los caldos y la inserción en los mercados internacionales. Es la decisión que mejor se adapta a los tiempos que corren: acompañar a la industria, no poner trabas para la comercialización y concurrir en apoyo de los productores a los efectos de que logren la necesaria reconversión de sus viñedos.